La belleza de la desolación, de los años
contemplados desde el espejo de la memoria, de los instantes más
insignificantes vividos desde una plenitud que se acaba. La belleza de las
sombras que nos acorralan cuando el sueño nos vence, de la sonrisa que
capturamos desde la distancia, la de esa caricia que conservamos en el baúl de
nuestra piel. La belleza de un atardecer que es una prolongación de nuestra
propia vida, de un brindis compartido frente a unos ojos conocidos desde
antaño, la belleza de lo instantáneo y de lo que entendemos como eterno. La
belleza ácrata de la Roma moribunda y enferma de noche.
Es inevitable evocar a la belleza, en
cualquiera de sus concepciones, estados y formulaciones, de la misma manera que
es igualmente inevitable referirnos a su maravillosa película, La gran belleza, y especialmente a su
protagonista, el genial y deslumbrante Gambardella,
para abordar Tony Pagoda y sus amigos,
de Paolo Sorrentino. Ya que en ambas obras, que en gran medida pueden entenderse
como una misma y única obra, representada y plasmada desde discursos
diferentes, el autor realiza una magistral, profunda y deslumbrante recreación
de la belleza, en buena parte de sus posibles manifestaciones. Las agujas de la belleza en el pajar de la
vulgaridad, como señala Eduardo Chapero-Jackson en su estupendo y
clarificador prólogo.
Tony
Pagoda y sus amigos,
como le sucede a La gran belleza, es
una obra deliciosa, inmensa en su profundidad, sabia en su construcción,
inaudita en su originalidad. Una obra híbrida, ya que deambula en la frontera
de la novela, de la colección de relatos y hasta del dietario, sin tener la
menor importancia a cuál de estos géneros pertenece exactamente, es lo de
menos. Lo de más es la fastuosa y envolvente narrativa que despliega
Sorrentino, capaz de encontrar la luz de la belleza hasta en la escena más
turbia y desoladora.
A Tony
Pagoda, veterano cantante melódico de medio pelo y éxito razonable, lo
conocimos en la primera novela de Sorrentino, Todos tienen razón. Con burla y ternura, desde la sinceridad que
desprende el que ya está de vuelta, Pagoda
nos habla de sus amigos, de sus amores, de ese tiempo que ya pasó pero que,
en gran medida, fue mucho mejor que el actual, o él así lo entiende. Tony Pagoda y sus amigos es una
selección, y hasta una saturación, si tenemos en cuenta su abundancia, de
frases prodigiosas, fascinantes, afiladas como navajas que se clavan en nuesto
interior y que nos exigen una respuesta, una revisión íntima, como un espejo
retrovisor en el que nos contemplamos,
en el presente y en los días pasados. Futbolistas convertidos en héroes de nueva
generación, vedettes siliconizadas, cantantes
desfasados mantenidos en la hiel de la amargura, bellas mujeres y playboys que
nunca lo fueron, lujo y barro, fango y oro, la amarga soledad del solitario
empedernido, el esplendor de la fama, la popularidad del olvido, son algunos de
los temas y personajes que podemos encontrar en esta obra y a los que
Sorrentino sabe retratar, incluso destripar, con sabiduría y saña, con alevosía
y magia, desde los rincones más recónditos de la belleza.
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