Solicito
su atención por un momento. Todos lo hemos visitado en alguna ocasión o lo
hemos contemplado desde la autovía, tras la ventanilla, punto inevitable en el
camino, marca geográfica imposible de esquivar, rumbo al norte. Bonita vista. Durante
décadas, en el Quini, en las entonces
afueras, camioneros de medio mundo reponían fuerzas, comentando sus hazañas de
kilómetros y pesos, de distancias inabarcables, inmersos en una niebla de café
y tabaco. En los últimos años célebre por su burro orejón y cálido, como una
broma de Juan Ramón, sin las maletas del exilio, criado en la dehesa de Scarpia, que nos saluda en nuestro
viaje; también conocido por su fábrica de pastas –saludables, cuentan en el
anuncio-, o por esa torre mudéjar, de Garci-Méndez, en la que muchos quisieron
encerrar al mismísimo Velázquez, loco de amor y de algo más, recreando a su Venus del espejo. Hablemos de El Carpio,
sí, ahí mismo, a nada desde que inauguraron la autovía, a un trecho cuando
tenías que pagar el billete de la Sata.
Entre Villafranca y Pedro Abad, cerca de Montoro. El próximo miércoles, 17 de
septiembre, tengo el enorme privilegio, placer, y también responsabilidad, de
pregonar la Feria Real de El Carpio. Nunca habría podido imaginar que algún día
acabaría siendo el pregonero, hermosa palabra, de un evento o fiesta, y mucho
menos del lugar en el que nacieron mis padres y abuelos y en el que pasé parte
de mi infancia.
En mi DNI aparece que nací en Córdoba, y es
cierto, en la casa de mi abuela, en la Reja de Don Gome. Para aclarar, que lo
debo hacer con frecuencia, especifico que nací donde hoy se ubica el Palacio de
Viana. No, no nací en el palacio, mis abuelos vendieron su casa a la Caja
Provincial y sobre ella construyeron ese patio nuevo, de fuente/estanque alargado,
donde se celebran multitud de actos. Tres o cuatro días después... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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