Nunca me ha gustado Junio, nunca. Es un mes que me
incita a esquivarlo, a sobrepasarlo cuanto antes, evitarlo si pudiera. Despertar
en julio tras un sueño intrascendente, pero no hay somnífero tan potente. El
calendario es más que nosotros y nuestras apetencias, mucho más. Y no sucede
como con el invierno, que te puedes largar a otros países a la caza de un
verano perpetuo. No, vayas a donde vayas, habrá un mes de junio, diferente o
parecido al nuestro, pero junio a fin de cuentas. Y ya lo tenemos encima,
recién estrenado, con su flequillo sudado, sus alpargatas de lona, su polito
con el cuello engarrotado y sus insomnios varios, fiel a su estilo. Me sigue
sin gustar, nada, por mí que se largue cuanto antes, que conozco de sus trucos,
de sus traiciones, de sus zancadillas cuando menos te las esperas. Desde que
recuerdo mantengo esta mala relación con junio, puede que sus célebres exámenes
influyeran, indiscutiblemente. Nunca fui un estudiante constante, me
encomendaba a esa última noche en vela, saturado de cafés, colas y nicotina,
cuando no al clavo ardiendo o a la manufactura de todo tipo de chuletas. Creo
que aquellos diminutos rodillos escritos con letra microscópica se aliaron con
esta miopía que permanece fiel y perenne en mis ojos desde entonces. No
recuerdo un solo examen que aprobara gracias a aquellos celulares artilugios, y
aún así me entregaba a su elaboración, examen tras examen, un junio y otro... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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