Lo
vimos en todos los periódicos e informativos, esas noticias que tanto gustan. Varios
operarios, cortafríos en mano, pasaron varias horas liberando al Puente de las
Artes de París de sus conocidos candados. Millones de candados, ni un hueco libre,
recreando un mosaico de acero, hierro y dorados sobre las aguas del Sena.
Tantos candados, supuesta representación del amor, que el viejo puente, ya no
está para estos trotes, corría peligro. Pero no, volverán a llenarse los
huecos, no tardarán sus liberados barrotes en albergar nuevos miles de candados.
Es el puente más famoso por esta incomprensible tendencia, pero no es el único
que la padece. Los puentes invadidos por los candados se repiten a lo largo del
mundo, de Nueva York a Sevilla, pasando por Londres. A pesar de lo reciente de
la tradición, cuentan que hasta la llegada del nuevo Siglo no comenzó esta
“extraña” moda –dicen que de origen húngaro-, no ha tardado en extenderse, no
sé yo si su inventor o iniciador cobra algún tipo de royalties o si hay alguien
que lo considere un mesías, un Steve Jobs, un Einstein de las tendencias,
cualquiera sabe. Lo mismo sucedió con las monedas en las fuentes, que nos ha
faltado poco para rellenar con euros, antes con pesetas, las fuentes de los
colegios, de los centros de salud o de los parques públicos, y es que vemos un
chorrito de agua y la mano se nos va sola, moneda al canto, en plan canasta de
baloncesto. La moda esta de los candados es una de esas imágenes que no logro
entender, que no relaciono con lo que trata de representar, por mucho que me
esmere, y me esmero un rato. Por eso la considero incompresible y extraña,
porque casi la considero un insulto, un atentado en toda regla contra lo que
debe suponer el amor. ¿Un candado, esa es la imagen que tenemos del amor?
Representar
el amor bajo la forma de un candado, es como decir que una mazmorra es la
imagen que mejor define a la familia o unos tapones para los oídos a la música.
¿Y por qué no unos grilletes para recordar a la libertad o una mordaza cuando defendamos
la palabra y la libertad de expresión? También se me ocurre, ya puestos, que
una cueva es la definición visual de la luz y que unas muletas o unas aspirinas
representan como ningún otro elemento a la salud. Y los nuggets de pollo congelados a la alta cocina, y Mourinho al fútbol
de ataque y Wert a la sensatez, pura contradicción o pura ironía que yo no
termino de entender, cortito que es uno. Además, por verle más peros, lo de los
candados es una horterada en toda regla, nos guste o no, una moda inocua,
insensible y vacía, que repetimos por inercia autómata, porque lo hacen los
demás. Si tuviera algún matiz ingenioso, bello, lúdico, de verdad que lo
entendería, pero es que no lo encuentro por más que lo busco. O sea, no es una
horterada del tipo Eurovisión, que es esencialmente hortera sin ninguna otra
pretensión. Esto es un horterada con pretensiones, o al menos supuestas, y se
queda en ese tenebroso término medio que no me atrevo a calificar.
Horrorizado
recorro los puentes, comprobando que esta moda que nos muestra al amor como un
candado se extiende como una plaga bíblica. Dese una vuelta y descubrirá que no
es una exageración mía. Iker Jiménez debería estudiar este fenómeno con
profusión y profesión, ya que no me cabe duda que se trata de un asunto que
debemos englobar en la ciencia ficción. O incluso en la perversión. Un amor a
base de candado, y la llave se lanza a las profundidades del agua, claro, para
que nadie pueda abrirlo en el futuro. Eres mía, eres mío, y la hipoteca la
pagamos a medias, faltaría decir. En modo pelos de punta me hallo, de verdad. Y
luego nos extrañamos de ciertos comportamientos y actitudes, cuando previamente
sonreímos y hasta participamos en esta supuesta entronización del amor
subyugado, a la fuerza, bajo llave, unidos los amantes por un candado. En estas
elucubraciones mías, retomemos a Iker Jiménez de nuevo, imagino a los
integrantes de muchas de las parejas que se encomendaron a los poderes del
candado sintiendo paz, alivio, descanso, liberación incluso, después de que los
operarios parisinos acabaran con el mágico y acerado símbolo de su unión. Y
hasta me imagino a más de una y uno, con traje de neopreno, zambulléndose en
las profundidades del Sena. Y hasta en las del Guadalquivir.
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