Hasta
un minuto antes, solo un minuto, lo prometo, tenía muy claro que no vería la
semifinal entre el Bayern de Munich y el Real Madrid. En el último instante,
todavía no sé porqué, cambié de idea y pulsé el botoncito verde del mando a distancia.
No quería ver el partido porque uno tiene ya el corazón, en su parte blanca,
maltrecho de martillazos alemanes y otras obsesiones. Pensaba en la lluvia y en
el fuego que con tanta insistencia manejaron los entrenadores, directivos y
prensa deportiva en los días previos. Y pensaba en la lluvia y en el fuego como
elementos perversos, llamas, inundaciones, tormentas, rayos, truenos. Me olvidé
de su esencia, de su pureza. La lluvia como origen de la vida, el fuego y su
grato calor. El vaso medio lleno, o eso dicen, que medio vacío parece más
vacío, más nada. También había tenido un día fangoso, alocado, de un sitio para
otro, con sus algunas malas noticias, que son esos días habituales que la
mayoría de nosotros tenemos. Hay esos otros días con su porción de bondad, y
con sus muchas malas noticias o continuas malas noticias, y aquí me quedo. Había
algo de precaución, de terapia, acostumbrado durante los últimos años a un
Madrid miedoso, quebradizo y sin personalidad. Por un segundo, pero fue el
momento decisivo, recordé aquellos tiempos en los que una semifinal de la
Champions, por sí sola, era ya la propia fiesta, la celebración, la garantía de
las emociones. Éramos el Madrid, y a veces nos ganaban, pero salíamos al campo
con la intención de ganar el partido. Bien porque jugábamos mejor que ellos,
bien porque corríamos más que ellos. Siempre corríamos más que ellos.
Donde tu equipo es lo más
venerado, aunque suene exagerado, pero es verdad, estoy en la ciudad de la
pelota, la mentira se estira
y la pelota es el sentimiento y es bueno encontrar alguno despierto, canta Calamaro en No tan Buenos
Aires, canción incluida en ese álbum deslumbrante, irreductible y eterno
que es Honestidad brutal. Sí, tiene
mucho de sentimiento, de emoción, el fútbol, y comprendo a quien no lo
comparta, incluso quien lo entienda como una exageración o una payasada. Es mi
payasada. Cada cual encuentra o busca la emoción donde mejor entiende, o te
llega, como un rayo, como una lluvia, como un incendio. Asocio el fútbol a la
infancia, no deja de ser un juego, al niño escuálido que correteaba tras el
balón en la Plaza de los Caballos o... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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