Tengo
la impresión de que no me volveré a comer las uñas en esta edición de la
Champions, reservaré y preservaré mis maltratados dedos para la Liga. Aunque
puede que esta igualdad, ficticia y actual, dure menos de lo que imaginamos.
Las termitas estás devorando con voracidad los restos de los palacios.
Si
mantiene su nivel de juego, ese caudal inagotable de fútbol vertical, acoso y
ocasiones sobre el equipo rival, la Champions tiene dueño: el Bayern. Durante
años, cegado por la blancura de mi afición/devoción, he negado las cualidades
como entrenador de Guardiola. Y me he acogido, como el que se agarra a ese
clavo ardiendo, a esas teorías de barra y cañas que repiten aquello de: con Messi, Iniesta y Xavi lo hace cualquiera,
a éste lo quiero yo ver en el Levante.
El
Bayern, obviamente, no es el Levante, pero tampoco es el Barça de Guardiola.
Compare uno a uno los jugadores y comprobará que cualquier comparación puede
rozar la blasfemia. Javi Martínez no es Busquets, Robben no es Iniesta y, por
supuesto, Ribery no es Messi. Sin embargo, este Bayern de Munich juega mucho
mejor, es más eléctrico y sabio, que ese Barcelona crepuscular y acaparador de
Guardiola. ¿Por qué? ¿Cómo lo ha conseguido?
A
veces pienso que Guardiola ha renunciado a parte de su filosofía, que la
obviedad lo ha conducido a la realidad, sin tener que pasar por lo aprietos de
la necesidad. También he llegado a pensar que, como ese acertante de la
Primitiva, ha tenido la fortuna de colocar los nombres adecuados en sus
respectivos huecos. Que ha encajado las seis caras de su cubo alemán. Sí, a
pesar de todo, a pesar de las evidencias, a pesar de la fastuosidad y las
repeticiones a cámara lenta, sigo buscando una excusa para no elogiar lo
indiscutible. Pobre de mí, pobres uñas ultrajadas.
El Cotidiano
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