Hoy, 28F, es el día perfecto para recuperar este artículo que escribí hace tres años. Abre puertas y ventanas...
Cuenta el narrador Kirmen Uribe, flamante ganador del Premio Nacional de Narrativa, que gracias a su Bilbao, Nueva York, Bilbao ha conseguido obtener una nueva imagen de su Euskadi natal, dulcificada, distinta. No me cabe duda de que Federico García Lorca, antes de desaparecer en las entrañas del odio, debió sentir algo muy parecido gracias a su Poeta en Nueva York. Esta misma semana he tenido la oportunidad de disfrutar de la adaptación realizada por la coreógrafa Blanca Li en ese teatro, cómodo y moderno, que a Esperanza Aguirre le costó tanto trabajo inaugurar, preocupada porque se identificara como un logro del que había sido su antecesor, su compañero de partido y sin embargo enemigo –que en política no es ninguna rareza-, Alberto Ruiz Gallardón. Sobre el escenario, la voz descarnada y sublime de Carmen Linares, la primitiva electricidad de Andrés Marín, la contemporánea elegancia de la propia Blanca Li o la tonalidad harlemniana de Tao Gutiérrez al servicio de los versos de Lorca. No exagero si califico el montaje de emocionante y emotivo, de bello, de ecléctico y, sobre todo, de fiel, respetuoso con el poemario del genio granadino. Porque Poeta en Nueva York es un libro complicado; deslumbrante, maravilloso y complicado si tenemos en cuenta, muy especialmente, la producción anterior del poeta. Lorca, en su viaje a Nueva York, descubre otros mundos, otros rostros, otros lenguajes. Sorprendido, temeroso e hipnotizado, Federico descubre las noches cardiacas del barrio, el cemento, el revólver y la sangre que la violencia arranca de nuestras venas; la libertad de los hombres, las hogueras de los guetos, el bostezo de los motores, los abismos de las alcantarillas; descubre Federico el jazz, el azufre, el alquitrán, el vacío, la bruma del sueño por cumplir, el perdón de los condenados. En cierto modo, Poeta en Nueva York nos muestra o nos anticipa a un nuevo Lorca, una Lorca distinto al anterior pero que se construye, al mismo tiempo, sobre sus propias raíces.
Sobre el escenario, los negros atléticos, bailarines de músculos acentuados, el llanto de un saxo, la sangre en las paredes. Sangre que borra la catarata de agua que cae del techo, metáfora actualizada de estos días de inundaciones, sobresaltos y recuerdos de toda una vida que la corriente arrastra hacia ningún lugar. Sobre el escenario, el particular viaje de Federico García Lorca, de su Granada, de nuestra Andalucía, al mundo de los mundos, ese Nueva York capital del nuevo siglo, de los sueños, del futuro que no termina de llegar. Un viaje que también podemos extender a todos nosotros, a nuestra Andalucía, que hoy celebramos, festejamos, orgullosos de ser de esta tierra que, en cierto modo, ya ha comenzado a volver a encontrarse kilómetros después de haber iniciado el trayecto. Porque la Andalucía de hoy, queramos o no, aún sigue teniendo mucho de la Bernarda Alba de Lorca, pero también de Poeta Nueva York, de la misma manera que se puede seguir reconociendo en un cuadro de Julio Romero de Torres o en una terracota, incomprensible y hermosa, de los hermanos Rosado Garcés; y en un fandango de Toronjo, sí, y en los armoniosos quejidos de Morente que la distorsión de las guitarras no pueden silenciar o en las luciérnagas y en las mariposas de Lori Meyers.
Porque no es más andaluz el que vive de espaldas al mundo y no quiere descubrir lo que nos aguarda tras la puerta de los kilómetros, las culturas y las fronteras, como tampoco lo es aquel que reniega de lo que navega por su sangre, de lo que le muestran sus ojos cada día; aquel que pretende camuflar lo que es por un nuevo ser que no ha crecido y convivido en las civilizaciones y pueblos que nos han habitado a lo largo de las primaveras y los inviernos. Lorca lo comprendió, lo asimiló, sabio e iluminado, y Blanca Li lo ha sabido trasladar a su mundo de movimientos y formas. Todo viaje no acaba con el regreso, continúa, se inicia un nuevo viaje, con las maletas engordadas, con la mente abierta de par en par, como esa ventana imaginaria que existe bajo el puente de Brooklyn. Regresó el poeta, antes de desaparecer en las entrañas del odio, con Andalucía más adentro, pero sin tener que exhibirla como una bandera que el huracán hace jirones. Regresó el poeta con el corazón hinchado e inflado de vida, con los ojos abiertos, con sed de sus verdes y sus blancos. Preparado para seguir cantando a nuestra Andalucía, ese nuevo espacio a explorar delimitado por las fronteras de las emociones. No dejemos de viajar.
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