Hace
unos días, una tarde de domingo, entre tazas de café y mantel con migas de pan,
un buen amigo me dijo que, si te descuidas y lo permites, el miedo te impide
ser feliz. Insistió: El miedo te bloquea, te genera angustia y te impide actuar
con lucidez. Miopes o ciegos, según el grado de miedo que seamos capaces de
asumir/asimilar. El miedo, en la mayor parte de los casos, viene de la mano de
la incertidumbre. Es miedo a no saber qué va a pasar en determinados momentos,
dentro de cinco minutos o dentro de un mes. Miedo a los cambios, a que el reloj
marque las horas en lugares y situaciones diferentes. Miedo a lo que no está
escrito en la agenda, a lo que no sabemos. Cuando las cartas están boca arriba
ya puedes actuar, ocuparte del problema o vivir tranquilamente, pero hasta que
los hechos ocurren –cuando ocurren- la
preocupación alimenta el devenir diario. Necesitamos tener, sujetar si me
apuran, con las manos nuestra propia vida y realidad, que el presente sea una
hoja de ruta preestablecida. Actualmente, la crisis económica, con su legión de
nomenclaturas, personajes y personajillos, engorda cada día más la lista de los
angustiados por el futuro. Y no nos libramos ninguno de nosotros, la
incertidumbre planea sobre todos los estratos sociales. La clase media
considera que puede perder su estatus, que sus hijos pueden vivir mucho peor,
disfrutar de menos derechos. El rico piensa que puede dejar de serlo en
cualquier momento. El pobre presiente que nunca dejará de serlo. Da igual tu
trayectoria profesional, tu formación, tu experiencia, lo que hayas hecho.
Tal
vez sea el desempleo una de las balas más mortíferas que se esconde en la
recámara de la incertidumbre. El tener que empezar de nuevo en un contexto
económico que cada vez ofrece menos expectativas, es algo que ronda cada día
por más cabezas. Un pensamiento privilegiado para muchos –cada vez menos- de
nosotros, en cualquier caso, ya que seis millones de españoles piensan en
simplemente empezar o, mejor, en escapar. Hace muy pocos años, vivíamos en una
inmensa burbuja, o eso nos siguen contando. Nada nos podía pasar. Teníamos
asegurado el presente y el futuro, sueldo mensual, jubilación garantizada,
sanidad pública y gratuita, educación para nuestros hijos, unos días en la
playa, coche nuevo de cuando en cuando. Cuando se te planteaban problemas
laborales, siempre parecía que se abría una nueva puerta con mejores
condiciones e incentivos; identificábamos “cambio” con “oportunidad”. Pero la
burbuja de la fantasía estalló y nos sumergió en un mar de incertidumbres.
Vivíamos, hasta entonces, como juguetones niños soplando pompas de jabón y no
quisimos ver que el suelo, cada vez más enjabonado, podía acabar
transformándose en una traicionera trampa. Y resbalamos, cada cual tuvo su
propia caída, ya que no todos construimos las mismas pompas de jabón. Las hubo
enormes, colosales, de vivos colores, y hubo pompas más humildes, más
pequeñitas y menos vistosas. Pompas, pero también las podemos llamar fiestas,
pelotazos, tacos, especulaciones, intereses, dinero, a secas.
Y ahora, no ha pasado tanto tiempo, nos encontramos en el suelo, mojados
y doloridos, maltrechos los huesos y articulaciones, y nos vemos obligados a
enfrentarnos a una nueva realidad capitaneada por la incertidumbre.
Incertidumbre que, como decía al principio, nos provoca miedo, angustia y
dificultad para que, a nivel individual y colectivo, podamos buscar soluciones.
Tenemos la impresión de que no existe el remedio o el antídoto, ni tan siquiera un engañoso placebo que nos
coloque una venda en los ojos y anestesia en el corazón. Nos encontramos en un
callejón sin salida fabricado desde las sensaciones: por las declaraciones de
un dirigente político, por un movimiento de bolsa, por la portada de un
periódico. Parece que nos sea imposible despojarnos de este miedo que nos
acecha de forma permanente. Intereses minoritarios -nada desinteresados- se han
cobijado bajo la negra túnica de la incertidumbre y han conseguido que la
mayoría vivamos bajo la doctrina del miedo. Insisto, el miedo nos hace torpes,
ciegos, dóciles y fáciles de dirigir por esa minoría que tiene toda la
certidumbre, o que ha conseguido hacernos creer que es de su propiedad. Y somos
más, muchos más, somos la mayoría, tantos como para crear y defender nuestra
propia certidumbre o rescatar la que un día creímos tener. Repito, somos más,
muchísimos más, tantos como para agarrar a esta asfixiante incertidumbre y
hacerla desaparecer de nuestras vidas.
El Día de Córdoba
No hay comentarios:
Publicar un comentario