jueves, 3 de mayo de 2012

PERIODISTAS (#periodigno)


Es una profesión/vocación hermosa, que siempre he admirado y homenajeado con algo de envidia, no lo oculto. Cosas de la incapacidad. Es también una necesidad, una de las patas más sólidas sobre la que ha de sustentarse la libertad, la Democracia. Y sin embargo, también es el periodismo hoy, tal vez más que nunca, una profesión peligrosa. O tal vez podamos hablar de “vocación de riesgo”. Estas afirmaciones no sólo afloran en mi interior gracias al recuerdo de Julio Anguita Parrado, nuestro paisano fallecido, del que hemos vuelto a hablar y mucho tras la concesión del premio que lleva su nombre. Por cercanía, los únicos recuerdos personales que conservo de Julio son las de un chaval moreno y menudo que jugaba por Santa María de Gracia. Ya nunca más volví a saber de él, hasta que comencé a leerlo en la prensa y, sobre todo, cuando falleció en aquella absurda e ilegal guerra en las que nos metieron por la bravucona cabezonería de unos cuantos. Contemplaba en la pantalla de la televisión su fotografía y yo seguía viendo al chaval moreno y menudo que jugaba por las callejuelas del Realejo, y con el que nunca tuve la menor relación. Julio Anguita Parrado, como tantos otros periodistas, murió en acto de servicio. Una expresión que mayoritariamente aplicamos a los militares, a los cuerpos de seguridad del estado, a los bomberos, pero que también se aplica, desgraciadamente a los periodistas, en infinidad de ocasiones. Lo hemos vuelto a comprobar en la locura de Siria, donde se juegan el tipo en las calles de Homs, mostrándonos una guerra sin orden ni concierto, si es que alguna los tiene. Hasta semana ha sido prolífica en estos tristes acontecimientos. Pero los periodistas, entendidos como un sector laboral, no sólo sufren los horrores de la guerra, padecen otros ataques, que si bien no proceden de un arma de fuego, puede acarrear el mismo final: el silencio. La ceguera.
La actual crisis económica que atravesamos, y que desgraciadamente estamos en el camino de que también sea social y generacional –lo que no deja de ser más preocupante-, se ha cebado especialmente con los medios de comunicación. Circula menos dinero y hay menos anunciantes, lo que repercute directamente en los medios, ya sean impresos, radiofónicos, audiovisuales o digitales. En estos anunciantes incluyo a las diferentes administraciones públicas, que tradicionalmente han sido buenos clientes y que hoy en día no sabríamos como definirlas. Craso error, ya que si en su momento se inyectó dinero público en el “ladrillo” se tendría que haber actuado del mismo modo con la prensa. Porque cuando los medios comunicación lo pasan mal, como ahora, no sólo estamos hablando de las dificultades que pasan sus profesionales, de la pérdida de puestos de trabajo. Hablamos de que se hace más pequeña una sociedad, un país, enmudece, pierde parte de su voz, de su transparencia. Algunos descerebrados aglutinados en torno a un supuesto grupo de comunicación que no cumple con su cometido –y que no pasaría nada si desapareciera porque no cumple con el mínimo exigible para formar parte de la definición-, han festejado con grotesca algarabía que el diario Público dejara de llegar a los quioscos. Qué pena y qué miedo me dan estos destellos de la extrema derecha.
Público no ha sobrevivido los golpetazos de esta crisis que cada vez que abre la boca consigue agitar cimientos y hasta derribar edificios que creíamos firmes y sólidos. El que un medio de comunicación desaparezca es una mala noticia que no debería celebrar nadie. El que un periodista muera es una tragedia que nos debe convulsionar, ya que nunca forma parte del conflicto, nos lo cuenta haciendo honor a su profesión. Julio Anguita Parrado murió, lo asesinaron, demasiado joven, cuando apenas nos había ofrecido un pequeño adelanto de lo mucho que nos habría de ofrecer en el futuro. Perdimos una voz u otra mirada que ya no podremos tener. Con la desaparición de Público sucede algo similar, se nos ha ido otra perspectiva, otro ángulo desde el que analizar y exponer la información. Porque esa es una de las grandezas del periodismo: la pluralidad. Pluralidad que siempre es enriquecedora y necesaria. Una palabra que molesta a algunos, a esos que festejan que un periódico no llegue a los quioscos, porque tal vez su fiesta –y hasta su orgasmo- pase por el pensamiento único, por una sola mirada. Hay quien con la ceguera es feliz, como anestesia, como estado vital. No seamos nunca una sociedad ciega, porque entonces seremos peores.

El Día de Córdoba

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