Transitaba en esa placentera duermevela que llega nada más acabar de almorzar. No estás dormido, pero tampoco estás despierto, aunque a veces se tengan los ojos abiertos. Voces, pisadas, puertas cerrándose con violencia, acabaron con mi feliz estado. Qué pasa, me pregunté sin levantarme del sofá. Las pisadas y las voces, ya griterío, comenzaron a crecer, cada segundo las intuía más cerca de mi puerta. Pude escuchar con meridiana claridad los gritos de un vecino –tal vez el del cuarto derecha, ese que saca el perro a pasear cuando concluye el Telediario-: el de ese piso es. A continuación, el timbre sonó. Intrigado, corrí a abrir la puerta, y nada más hacerlo una poderosa luz me cegó durante unos cuantos segundos, en el que las voces me parecieron irritablemente atronadoras. Cuando por fin pude abrir los ojos, descubrí que la luz procedía del foco que coronaba una cámara de televisión. De repente, como si formara parte de un truco de David Copperfield, apareció una chica vestido de rojo, de un rojo intenso que trasladaba a sus labios, que sin mediar palabra me plantó una maleta en mi mano. Aquí cuenta con todo lo necesario, me dijo antes de besarme con fría dulzura y posar con descaro dentífrico ante la cámara. Pepe, un vecino del tercero, famoso por sus gritos cada vez que el Madrid cuela un gol –dice que estuvo de baja durante quince por este motivo, el hombre es profesor de inglés-, con gesto lastimero, o puede que con algo de miedo, se me acercó para decirme: te votamos por unanimidad en la última reunión de la comunidad. Y tras decir esto, como si formaron parte de una secta secreta, todos los vecinos desaparecieron, dejándome solo con el cámara y un muchacho de pinta estrafalaria que comenzó a hablarme como si me conociera de toda la vida.
El recién llegado me agarró de la muñeca con fuerza, no había cariño en su apretón, no, más bien dirigismo, ya que me acercó hasta él, para decirme: entramos en cinco segundos. Y, de repente, como si hubiera sido poseído por el hada madrina más bondadosa de los cuentos infantiles, su gesto tosco se tornó en una simpatía chorreante. Y dinos, ¿qué se siente al ser escogido para una nueva edición? Nada más escuchar la pregunta, sentí como toda la fuerza desaparecía de mis piernas, mis rodillas se transformaron en un muelle que ha perdido la tensión; deseé que ante mí, en el suelo, se abriera el más profundo túnel que me conectara con las Antípodas, y desaparecer. Sobrecogido, horrorizado, enmudecido por ese instante que jamás habría podido imaginar, fui incapaz de articular palabra, pero también fui incapaz de resistirme, y cuando me quise dar cuenta ya estaba en el interior de un vehículo que nos aguardaba en la calle. Durante un segundo creí ver el rostro de mis vecinos, en el portal, que me animaban con tristeza, como esos familiares que despiden a los jóvenes soldados que marchan al campo de batalla.
Un muchacho con pinta de haber sacada docena y media de matrículas de honor en la Universidad me ofreció su mano al tiempo que se presentaba: soy Ricardo y soy su redactor/psicólogo. Empezó a decirme que estuviera tranquilo, que podía contar con él para lo que quisiera, que no me sintiera presionado y demás, tampoco podría contarles mucho porque yo estaba en otra cosa, en otros mundos. Cuando ya me pude centrar, ya se veía la famosa casa al final de la carretera, le dije al conductor que parara de inmediato. Que no, que yo no quiero participar en ningún concurso, que conmigo no cuenten. Es la ilusión de miles de españoles, dijo un tipo que estaba sentado junto al conductor y que se presentó como representante de la productora. Pues llamad a uno de esos, dije e hice el ademán de abrir la puerta. Podemos hablar de dinero, me propusieron casi al unísono. No es cuestión de dinero, les grité. El psicólogo y el de la productora se miraron en silencio durante unos segundos antes de romper a llorar. No nos hagas esto, por favor, eres el quinto de esta mañana que nos hace lo mismo, tres de tu misma calle, ya no sabemos a quién buscar. Me disponía a responderles, cuando sonó el despertador. Toda esa mañana la pasé en una nebulosa, afectado por un sueño que viví como si fuera una cruel realidad. Todavía hoy, cuando me dispongo a irme a la cama, un temor me invade; simplemente pensar que la pesadilla vuelva a repetirse me altera sobremanera. Y eso que ya han pasado cuatro años.
El Día de Córdoba
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