"EL ORDEN DE LA MEMORIA", la última obra de Salvador Gutiérrez Solís, me ha parecido una novela excepcional -una de las mejores que he leído este año sin duda - por varias razones:
La primera de ellas, porque consigue algo tan difícil como un equilibrio perfecto entre contenido y forma en una historia en la cuál confieso me sentí atrapado desde prácticamente las primeras páginas. La novela me gusta porque la historia tiene mucha enjundia, es entretenida, amena y se lee muy bien pero también porque está narrada con una claridad meridiana, con suavidad, sin estridencias, en un tono que me atrevería a definir como "pacífico" aunque no por ello menos virulento o demoledor. Creo sinceramente que la novela fluye estupendamente y que presenta algunos hallazgos muy brillantes como el hecho de que el personaje principal interrumpa con algún comentario breve (muy breve)lo que el narrador nos cuenta o el hecho de que Gutiérrez Solís opte por lo que yo llamo - evocando al gran Hergé - una "línea clara" narrativamente hablando.
En segundo lugar, me encantan los personajes. El protagonista principal de la historia, eje central de la novela, es Eloy Granero, un hombre que prácticamente nació con un pan debajo del brazo, una suerte de "Ciudadano Kane" de Todo a 1 €.. Capítulo a capítulo se nos va desgranando la peculiar biografía de este sujeto, dueño de "Almacenes Granero", un negocio familiar con sucursales en toda España (y parte de Portugal) que heredó tras la muerte de su padre sin oponer resistencia alguna. Lo importante para él es el orden y una afición: la fotografía. Guarda en una cantidad innumerable de carretes sin revelar cada uno de los momentos de su vida porque para Eloy, "la fotografía es el orden de la memoria". Da la impresión de que toda su existencia ha sido un "dejarse llevar" y padece de una apatía crónica, una especie de aburrimiento existencial con el que ha aprendido a convivir y que tampoco le molesta demasiado. Pero en esta biografía en la que no parece haber grandes sobresaltos ni sucesos de excesivo interés de pronto descubrimos un punto oscuro, un hecho brutal y terrible que protagonizó con su primo Rafa y que lo ha marcado de por vida. Sin embargo, este suceso no le atormenta demasiado - le obsesiona pero no le atormenta - y lo que le preocupa más bien es no sentir el menor remordimiento. Curiosamente, y al menos en mi caso fue así, el personaje está descrito de tal manera que no me provocó la menor antipatía aunque tampoco llegué a solidarizarme con él. Y esto es gracias a Salvador Gutiérrez Solís que a lo largo de la novela ha conseguido que conozcamos "sus razones" y podamos llegar a entenderlo. Tampoco produce lastima o pena su situación. Su existencia alcanza eso sí un grado de patetismo del que somos conscientes los lectores pero quizá no tanto Eloy.
Claudia es la co-protagonista de la historia, dueña de la tienda a la cuál acude desde siempre Eloy a revelar sus carretes de fotos. De alguna forma, esta mujer solitaria conoce toda la vida de éste a través de sus fotografías y ha imaginado que vivía con él muchas de las situaciones o momentos retratados: viajes con cada una de sus mujeres, fiestas o celebraciones... En cierto modo, ella se siente como una suerte de esposa, fiel, paciente y sumisa, estableciendo en su mente una relación sentimental inexistente en la realidad (algo que de lo que ella es consciente) pero que le ha ayudado todos estos años ha sobrevivir y a llevar con más ilusión su propia existencia.
Alrededor de Eloy pivotan otros personajes pero sin duda Claudia es el más importante o trascendente de todos. Estos "actores secundarios" nos ayudan a conocer a Eloy: su primo Rafa, su amigo Taylor, su hermana Laura, su madre etc. Todos ellos nos ayudan a encajar las piezas de un hombre aparentemente gris y sin interés pero con muchos recovecos, mucho que ocultar y mucho que aparentar.
La tercera razón - y algo que considero fundamental para catalogar a una novela de excelente - es que se trata de una novela absolutamente imprevisible. Mientras la leía no hacía más que preguntarme: "Y esto ¿Cómo va a terminar?", porque la verdad es que no se me ocurría cuál podía ser el desenlace de la historia, en que podía desembocar finalmente todo. Y efectivamente, en ese sentido, el final rompe cualquier esquema previo que uno se puede hacer. No es que sea sorprendente o alucinante. Lo que choca precisamente es esa naturalidad con la se resuelve (o no se resuelve, quién sabe) el asunto. Había muchas formas de terminar esta novela; pues bien: Gutiérrez Solís no opta por ninguna de las soluciones típicas y tópicas de la novela negra o policíaca. Tampoco se decanta por un final melodramático, llorón o exagerado. Sorprende, pienso yo, por eso precisamente, porque rompe moldes.
Pero lo mejor de todo es que EL ORDEN DE LA MEMORIA es de esas novelas que uno siente que tengan que terminar. De hecho, ralenticé intencionadamente la lectura de los últimos capítulos porque ese motivo, para que no se acabará, para que permaneciera en mí un poco más los personajes, la trama, las reflexiones...
Finalmente, El ORDEN DE LA MEMORIA admite -es aconsejable y necesario que sea así - una lectura profunda en la que no se nos invita a reflexionar sobre el paso del tiempo y en general sobre como construimos nuestra propia existencia. En toda vida de una persona existen momentos transcendentales de los cuáles depende lo que será nuestro futuro, el devenir de nuestra vida. Con frecuencia, se nos ofrecen varias opciones y uno - mitad a ciegas, mitad por intuición - va tomando decisiones. En realidad, la existencia humana no es más que un intentar encontrar cuál es nuestra misión en la vida, para qué estamos aquí y que coño tenemos que hacer para ser felices. En el caso del protagonista de la historia el opta quizá por la solución más cómoda: heredo el negocio de mi padre y ya tengo la vida resuelta. Sin embargo, esta decisión es la que rige el rumbo de su existencia y ya no hay vuelta atrás.
(C) Joseph B Macgregor
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