¿No es usted fans del flamenquín, del rabo de toro o del vino de Montilla-Moriles? ¿Sólo tiene cuatro amigos en la Red? ¿Ha comprobado sus últimas notificaciones? ¿Nunca ha cambiado la fotografía de su perfil? ¿No tiene perfil? ¿Por qué ha obviado donde estudió? ¿No le han escrito en el muro durante la última semana? ¿No le ha llegado un mensaje, de solicitud de amistad, de aquel amigo de Cuenca con el que compartió las guardias de la mili? ¿Que usted no ha sido etiquetado en, al menos, una docena de álbumes? ¿Nadie, en las últimas horas, ha comentado su estado? Si la respuesta a todas mis preguntas es negativa, me está invitando a indicarle, con buenos modos, eso sí, que usted no se encuentra representado, ni medianamente, en el gran y global mundo que es la Red. Tenga claro que su vida, lo que es, lo que hace, sus inquietudes, su pasado, su obra, sus amores, su cara, sus ojos, permanecen en el más silencioso e ignorante anonimato. Permítame la dureza de la afirmación: usted no es nadie. Hasta no hace tanto, eran la radio, los periódicos y la televisión, sobre todo, los soportes que nos mostraban al mundo, los únicos capaces de construir una celebridad –obviemos los motivos- de la mañana a la noche. Todo eso ha cambiado, ya nada es como era, es la Red, la maraña de Internet y sus subterfugios, quien ha heredado tan inmenso poder.
No seamos catastrofistas, que Facebook es una herramienta relativamente novedosa y tal vez usted todavía no haya contado con el tiempo suficiente para familiarizarse con ella. Repasemos, que seguro aún cuenta con alguna oportunidad, estoy seguro de que nada es tan negro como se lo he mostrado anteriormente. Realicemos un test básico de su vida en la Red. ¿Tiene usted correo electrónico? Seguro que sí, que el del trabajo también vale. Y no vamos a detenernos a analizar si tiene dos mil mensajes –spam- en la bandeja de entrada, sin leer, que eso ahora no es tan importante. ¿Ha chateado en alguna ocasión? No tema, no le voy a preguntar si cambió de sexo, de identidad, de edad ni cuáles eran sus intenciones, tampoco soy yo nadie para inmiscuirme en las aficiones y fantasías de cada cual. Sigamos, ¿tiene messengers? Si se pregunta qué demonios es eso, sigamos adelante. ¿Ha utilizado alguna vez una webcam, tiene una propia? Como en la pregunta del chat, no se preocupe, que tampoco es necesario que nos cuente “todas” sus experiencias con la cam. ¿Ha participado alguna vez en un foro, ya sea de un blog, de un medio de comunicación o similar? Basta pasearse cualquier día por la edición digital de El Día para comprobar que sí existe un alto porcentaje de familiarizados con el asunto, o unos pocos con multitud de seudónimos, cualquiera sabe. Ahora, un par de preguntas para iniciados: ¿cuenta usted con un blog o con una web propia? Como ya les decía, palabras mayores, que nos estamos acercando, y de qué manera, a las cúspide de la cima informática. Por mi parte, sólo una última cuestión: ¿si teclea su nombre completo en la ventanita de Google, aparecen en la Red algunas referencias, da igual el número, sobre su persona –actividad, obra y milagros?
Obviamente, podríamos ampliar las preguntas: Tuenti, myspace, youtube, etc, etc, etc… pero tampoco creo que sea necesario enumerar aquí, y ahora, todas las herramientas que la Red nos ofrece en la actualidad. En relación al resultado, si usted ha respondido positivamente a todas las cuestiones anteriores, puede afirmar, sin temor a equivocarse, que usted es alguien en el mundo del ciberespacio. Si abundan los “no”, pues qué le digo, que debería plantearse una actualización de sus hábitos informáticos. Eso sí, sólo si lo que usted desea es formar parte de este mundo extraño y desconocido, chismoso y altanero, que en demasiadas ocasiones se transforma Internet. Un mundo que te ofrece amigos a los que raramente abrazarás, amantes a las que, como mucho, besarás chocando tus labios contra la pantalla, o que te proporcionará una notoriedad o fama que deambulará por estos nuevos caminos sin alquitrán a la velocidad que se le antoje a tu servidor. Tiene la forma de una verdad absoluta, ninguno nos atreveríamos a dudar de su certeza, de su poder, pero se puede crear a partir de una mentira. Si aceptamos las reglas del juego, si las conocemos y respetamos, si sabemos, realmente, a lo que jugamos, si nunca deja de ser una herramienta a nuestro servicio, para nuestro beneficio, que nadie dude de su utilidad. Pero nunca olvidemos lo fundamental, no es nuestra vida, sólo una parte muy concreta de ella –aunque creamos que en el caralibro lo contamos todo.
El Día de Córdoba
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