Ha
sido una semana la mar de entretenida, que hemos tenido de todo un poco, y
hasta un mucho de todo, que aburridos, lo que se dice aburridos, no hemos
estado ni un solo minuto. Que de la mañana a la noche, de Ana Rosa a esa carta
de ajuste que solo permanece en nuestro subconsciente, nos han relatado,
repetido, analizado, opinado, distorsionado y a ratos informado de lo que ha
sucedido en el Tribunal Supremo y en el Congreso de los Diputados. Cada cual
extrae sus propias conclusiones, claro que sí, que todo es opinable y todo es
potencialmente narrable desde nuestra propia narratividad. Tiremos de estilo.
Que no hay géneros menores, ni la ciencia ficción, ninguno. Yo tengo mi propia versión,
del juicio no, que yo no entiendo de leyes y créanme que me siento un extraño,
casi un ser marginal, sobre todo después de comprobar como más de la mitad de
los españoles son unos especialistas en Derecho Penal, Constitucional, Natural
y Administrativo, como poco. Como decía, tengo mi propia versión de lo que
sucedió en el Congreso de los Diputados durante el Debate de Presupuesto y creo
que nadie me lo puede rebatir: los extremos que más leña se dan, los que dicen
que nunca podrían ponerse de acuerdo en absolutamente nada, pero en nada,
porque unos son unos golpistas separatistas y porque otros son los grandes y
únicos defensores de la patria, votaron lo mismo. Votaron que no, a todo, y en
ese todo votaron que no a que el Salario Mínimo sea de 900 euros, votaron que
no a la subida de las pensiones, votaron que no a que se incrementen los fondos
para atender a las personas dependientes o a que se mejoren las conexiones
viarias o portuarias o a que nuestros hijos tengan una mejor educación. Y
votaron que no porque sencillamente les interesa más la estrategia que eso tan
difuso y tan bonito, y tan poco respetado, que es el bien común.
Hablemos
de amor, que esta pasada semana se ha nombrado mucho, y para mí la patria
también es amor. Amor a un origen, a un sentido de pertenencia, a una
comunidad, a unos rasgos, a un idioma, a una bandera. Sí, amor. Y creo que a la
patria hay que defenderla, pero también, y sobre todo, hay que amarla. Cantaba
Manolo García, en su época Último de la fila, que su patria estaba en sus
zapatos (mis manos son mi ejército), y yo amplío las posibilidades: mi patria
está en un beso, en un abrazo, en tres losetas, en la esquina de la barra de un
bar, en mis libros, en la pantalla del ordenador, en mis recuerdos, en las
personas que quiero. Hablo de emociones, que tal vez sea la mayor propiedad que
podemos tener a lo largo de nuestras vidas –que no visas-. Y Patria, País, Estado, España en definitiva. Me empieza a
aburrir ese apropiacionismo tan descarado y evidente por parte de esos que han
decidido, definido y establecido quién es patriota y quién no. Y no solo eso,
han confeccionado el manual, decálogo o biblia del buen patriota y quien no
cumpla con esos parámetros, quien no sea patriota de la manera que ellos
defienden, no es que sean malos o muy poco patriotas, es que directamente son
antipatriotas.
Tal
vez en el amor a la patria, si se ama de verdad, haya que anteponer los
intereses particulares a los generales, y calcular y medir, y sobre todo
moderar la intensidad de las formulaciones. Sin discrepancias, buscando la
unidad, porque una patria no es solo un espacio cuantificable en metros, o una
competición de banderas o un himno. Una patria es la suma de todas las personas
que la componen, que son el verdadero espíritu sobre el que se articula. Una
patria, la que sea, sin el alma de las personas no es nada. Se puede ser
patriota de muchas maneras y todas son válidas mientras no vulneren ni
traspasen la legalidad establecida. Y la unidad de la patria no es solo una
cuestión geográfica, que también; ha de ser, sobre todo, y regreso sobre mis
palabras, una cuestión emocional. Esa sensación de sentirte en casa, querido. Aunque
me temo, y tiro de nuevo de una canción, en esta ocasión de Viva Suecia, que
hay demasiada gente con ganas de amar el
conflicto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario