Siempre se ha dicho eso tan bonito, referente a los
poetas, los músicos o los pintores, que en realidad nunca mueren, cuando mueren
físicamente, porque su obra permanece para siempre, y esa es una manera de
seguir estando vivo, aunque no coleando. Y la verdad es que eso es así, en
determinadas ocasiones, con los más grandes, especialmente. Leemos poemas
escritos hace doscientos años, o escuchamos una canción de 1942 que nos siguen
emocionando, como si fuera la primera vez. Siguen teniendo vida propia. En los
últimos años, esta vida después de la muerte, física, se ha desplazado a un
ámbito mucho más material, menos emocional o espiritual, como es el del
negocio, la caja, el vamos que nos vamos, y a seguir vendiendo lo que sea y a
cualquier precio. En infinidad de ocasiones, solo es el resultado de rebuscar
en las papeleras y en los cajones todo eso que el creador en su día descartó o,
sencillamente, solo entendió como una mera anotación, un borrador, un bosquejo
o un ejercicio sin valor aparente. Prince, es un magnífico ejemplo, a este
respecto. Sus familiares, o entorno, como suelen presentarse, que es mucho más
abstracto, pocos días después de su fallecimiento, el 21 de abril de 2016,
anunciaron que el genio de Mineápolis había dejado miles de horas de
grabaciones. Miles. O, en resumidas cuentas, lo que su entorno vino a anunciar,
sin esperar a que se nos secaran las lágrimas, preparad la cartera que vamos a
vender todo lo que podamos y algo más. Esa primera entrega inédita de Prince llegó
hace apenas una semana, bajo el título de Piano & a Microphone 1983.
Ojo, 1983, hasta 2016 ya quedan años. 33, nada más y nada menos.
Cómo definir o describir este supuestamente nuevo
disco de Prince. Pues una portada estupenda, vinilos de 180 gramos, que siempre
se agradecen, y nada nuevo musicalmente. Escuchándolo, solo me puedo imaginar a
Prince, vestido con sus mejores galas, frente a un piano púrpura, seduciendo a
una hermosa mujer, mientras interpreta algunos de sus temas más legendarios.
Punto. Estoy convencido de que Prince no dejó escondida en un cajón o en un
disco duro ninguna obra de arte, que todo lo grandioso, o bueno, que compuso lo
hemos disfrutado ya. Y este nuevo disco tal vez sea eso, un vaticinio de lo que
vendrá, vamos a hacer caja que siempre habrá coleccionistas o frikis que lo
comprarán. Con este ejemplo no quiero decir que no crea en grandes obras
inéditas que hemos descubierto tras el fallecimiento de su creador. Tenemos un
ejemplo muy cercano, el de nuestro querido y nunca olvidado Nacho Montoto. La
muerte nos lo arrebató justo cuando acababa de terminar su último y maravilloso
poemario: La orquesta revolucionaria. Pero la intención de Nacho, tal y
como estaba haciendo, era la de publicar su libro, la de ofrecérnoslo a todos.
Estoy convencido de que la inmensa mayoría de los creadores queremos compartir
nuestras obras, sobre todo aquellas de las que estamos más satisfechos. El
tiempo de las obras maestras escondidas en los cajones, en esta sociedad de la
información y de la velocidad, pasó a la historia. Bien distinto, es lo que
hicieron en su momento, por ejemplo, Robert Smith y su banda, los míticos The
Cure, recopilando en una apabullante caja de 4 discos, Join the Dots,
todos esos descartes o “caras b” que no encontraron acomodo en ningún trabajo
de la banda. Tan distinto porque los que rebuscaron en los cajones fueron ellos
mismos.
A mí, particularmente, no me gustaría que
rebuscaran en mis cajones cuando ya no esté, porque todo lo que podría ser
publicable yo no he considerado que mereciese ser publicable. No siempre
acertamos, y los errores nos sirven para crecer, para seguir aprendiendo, pero
no para ofrecerlos al público. En muchos casos, ya no es rebuscar en los
cajones, es buscar directamente en la basura, con todo lo que eso conlleva. Y
comprendo que haya apuntes, anotaciones, incluso cartas, que nos ayuden a
entender el proceso creativo de tal o cual autor, pero lamentablemente en
demasiadas ocasiones lo que nos ofrecen es una ventana abierta a la íntima
privacidad de cada cual, y eso no debería estar nunca justificado, por muchos
ceros que aparezcan en el contrato. Por respeto al propio autor, y por respeto
a los que admiramos su obra, y pagamos.
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