A diferencia de otros septiembres, siempre dolorosos o
redentores a su manera, en esta primera columna de regreso no me voy a ocupar
de las chanclas olvidadas, de la arena en las maletas, de las horas en el
chiringuito o de las pulseras que hemos disfrutado este verano. No. Tampoco voy
a hablar de depresiones posvacacionales, de nuevos y absurdos coleccionables a
coleccionar, de los anuncios que nos anuncian la vuelta al cole o de esos
folletos de gimnasios que se agolpan en nuestros buzones. No. Y tampoco voy a
decir nada del Valle de los Caídos, de los tuits de Soto, de los fichajes no
fichados, de los lazos amarillos o de la valla de Melilla. No. Hablemos de
poesía. Cualquier momento, cualquier época del año, es propicia para
reivindicar la poesía, para regresar a ella o para no olvidarla, pero tal vez
en septiembre necesitemos más poesía. Por todo, por todos. Leo poesía todos los
días, un poema al menos. No tengo un autor de referencia, son muchos los que se
disputan ese trono sin premio. No puedo dormir si no he leído un poema, tal vez
sea mi melatonina, tal vez sea mi particular oración de una religión sin tallas
en los vanos pero con libros en los estantes. Puede que Carmena, la actual
alcaldesa de Madrid, también practique esta religión sin catequesis y de ahí
ese afán suyo por llenar la capital de poemas. Calles repletas de versos,
poesía a granel, que no falte. Así, a priori, aplaudo la iniciativa, faltaría
más.
He visto a los mejores poetas de su generación perder el
aliento, la mesura y la lógica por participar en un festival, congreso o lo que
sea, con o sin remuneración. Hay que estar, a cualquier precio. He visto a los
mejores poetas de su generación perder los papeles, la compostura y hasta la
honra por entrar en una antología publicada en un editorial de postín. Sí, lo
he visto. Y esto que pretende Carmena es una especie de antología, por lo que
ya han empezado los codazos, las cruzadas, los cafés, los abrazos y los
zarpazos. No me gustaría estar bajo el pellejo del antólogo, si es que lo hay,
que en estos casos es mejor parapetarse tras una comisión, que siempre es más
neutra y hasta más anónima, y nadie se tiene que colgar la diana en el pecho. A
pesar de los pesares, repito, me gusta la idea de Carmena, y entiendo que se
cuelen en la selección esos nuevos poetas que venden sus recitales en ticketmaster,
a pesar de la anemia de sus poemas, o esos otros poetas con libros de doce
ediciones, a ediciones de 25 ejemplares, o esos poetas que son el eco de un eco
de aquel eco que una vez tuvo su propia voz. Lo verdaderamente importante es
que nos interesemos por la poesía, que dejemos de contemplarla como un elemento
extraño o caduco, como si fuera uno de esos jarrones que se colaban en las
listas de boda. Porque todo aquel que comience a leer poesía, aunque sea muy
mala, patética incluso, tal vez inicie una vida lectora, que le conduzca por
una escalera de emociones y también de calidad. Llámeme utópico, pero creo que
se puede comenzar con Mortadelo para llegar a Philip Roth, y hasta leerlos al mismo
tiempo. Como se puede empezar por Marwan, por poner un ejemplo, y llegar hasta
Pablo García Baena, o a Pablo García Casado, y hasta a Bukowski, que eso ya es un viaje trasatlántico. Todo
es leer, todo es tener inquietud y curiosidad, querer crecer.
He visto a los mejores poetas de su generación escribir
los poemas más emocionantes, hermosos y luminosos que he leído, esa también es
una gran verdad. La gran verdad. Lo que queda. Emoción y luz, tan necesarias
siempre, no solo en septiembre, a pesar de esa oscuridad que nos fabricamos
cada mañana, cuando suena el despertador. Ahora que lo pienso, puede que por
eso acabe todos los días leyendo un poema, como antídoto a esa oscuridad
mañanera que auguro cuando me voy a la cama. A lo mejor es que quiero soñar
poemas, quién sabe. En cualquier caso, no está tan mal salir a la calle y,
entre las prisas, los ruidos y los humos, toparte con unos cuantos poemas.
Calles repletas de versos, poesía a granel, que no falte. Tampoco en nuestras
vidas. Y no olvide esos gestos, palabras, caricias, que también son poesía, sin
necesidad de estar escrita en un papel.
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