Para evitar que pierda el tiempo, le aviso: si usted
considera que feminismo es lo contrario a machismo, si usted es de esos que
reivindica el que haya un Día Internacional del Hombre, le recomiendo que no
siga leyendo este artículo. Eso que le ahorro, de sofocón y de tiempo. Yo creía
que ese debate ya estaba ampliamente superado, pero no, ahí sigue, vivito y
coleando. O no, lea, que si hoy convenzo a alguien, adhiero a un nuevo hombre a
la causa, me doy por satisfecho. Comienzo con la gran pregunta que queremos
seguir sin responder: ¿por qué no somos iguales? Hombres y mujeres somos
diferentes, es evidente, pero tenemos que ser iguales en oportunidades,
obligaciones y derechos. Tenemos, tendríamos. Y lo tenemos que ser por ética,
por vergüenza, por Justicia y por puro sentido común. Pero no, no lo somos. No
somos iguales. Como casi todo lo que incumbe a las mujeres, que siempre
frecuentan la excepcionalidad de la regla, a diferencia de lo que sucede con
multitud de cuestiones, en donde la norma va a dos o a doscientos kilómetros
por detrás de la realidad, con respecto a la igualdad la norma es la utopía, el
Dorado, traza la meta. Porque normativamente hemos avanzado mucho, muchísimo,
en las dos últimas décadas. Esta misma semana, en Andalucía, por ejemplo, se ha
aprobado un nuevo proyecto de Ley de Igualdad, que amplía, renueva y actualiza
la aprobada hace poco más de diez años. Sin embargo, no puede ser más cruel la
paradoja, la norma no encuentra acomodo en la realidad con la que convivimos
cada día. Seguimos siendo una sociedad machista, que se articula sobre una
definiciones machistas y que reproduce roles y situaciones de un machismo tan
esencial como primitivo. Y seguro que en este momento alguien sonríe al leer
esto, un pelín exagerado argumentará, y seguirá sin mirarse en el espejo y
seguirá, desgraciadamente, sin querer ver todo aquello que mira con la
mentirosa familiaridad de lo que definimos como tradicional, lo de toda la
vida.
Micromachismo es una expresión que suele despertar
muchas sonrisas, ya que se entiende como una hipérbole, como rizar el rizo,
sobre todo si se parte de argumentos sustentados por las inalterables reglas
del pasado. O hablando en plata, si se parte del machismo de siempre, ese que
sigue rigiendo nuestra sociedad. Pues los micromachismos, esos detalles que en
ocasiones catalogamos como casi imperceptibles, son las raíces de las que se
nutre el machismo más evidente. Porque se puede comenzar con una sonrisa, hasta
con una broma, y concluir con un bofetón o con algo peor, si las raíces del
machismo se extienden sobre el terreno propicio y si se las alimenta cada día.
Hay un argumento que los hombres solemos emplear con demasiada frecuencia y que
es para hacérnoslo mirar: las peores enemigas de las mujeres son las propias
mujeres. Tenemos tan interiorizado el machismo, que hasta las culpamos a ellas
de que exista, en lo que podríamos definir como el delirio más estrambótico y
descerebrado del machismo. Y esa es la sociedad y la realidad en la que
estamos, y que seguimos manteniendo.
El pasado jueves, 8 de marzo, Día Internacional de
las Mujeres, vivimos lo que ya se ha comenzado a calificar como una jornada
histórica, y que a mí, particularmente, me hubiera gustado que hubiese sido más
histórica, con más y más sociedad implicada. Recordemos también a todas
aquellas mujeres que se encuentran en tal infame situación laboral que les fue
imposible secundar la huelga por temor a perder sus puestos de trabajo.
Demasiadas mujeres en estas circunstancias. En cualquier caso, este 8 de marzo
debe suponer un antes y un después en lo que a la igualdad de género se
refiere, nada más me gustaría. Ojalá ese día hayamos plantado, entre todos y
todas, la semilla que ha de originar una nueva raíz que fabrique un tronco
sano, sin carcoma, sin hongos y sin malas hierbas como el actual. Pero tengamos
claro que un nuevo árbol, una nueva realidad, solo es posible con la
implicación de todos y todas, y que va mucho más allá de una colección de
hashtag, lemas más o menos acertados y declaraciones bienintencionadas, que
sirven, pero no son el todo. El todo, como en la mayoría de las situaciones que
afectan a nuestras vidas, está en nuestras manos. Ser iguales debe dejar de ser
un objetivo para convertirse en una realidad, y que no deja de ser otra cosa
que cumplir con las normas. Es hora de ponernos de trabajar y de ir a por
todas.
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