Si usted ha leído o escuchado una noticia en la que
cree haber entendido que puede cambiar el orden de apellidos de sus hijos o
hijas, lo ha leído o escuchado mal, o no ha leído o escuchado completamente la
noticia. Puede escoger el orden de los apellidos del primogénito o primogénita,
salvo excepción de los hijos únicos, claro está, porque luego lo que vengan, si
es que vienen, que la cosa no está para que vengan demasiados, tienen que
llevar los apellidos en el orden del primero o primera. Si la mayor, Anita, se
llama Pérez Gómez, el siguiente, Alejandro, que ahora es un nombre que se gasta
poco –modo ironía-, también tiene que ser Pérez Gómez y no Gómez Pérez. Eso sí,
cumplidos los 18 años, usted puede cambiar ese orden, me refiero al hijo o hija,
si le apetece o gusta. Tampoco se pueden poner los apellidos que a uno le dé la
gana, esto no funciona así; vamos, que no puede llegar al registro y exigir que
su hijo se llama Giráldez de Austria y Condados Adyacentes, que no, tienen que
ser los apellidos de los padres y de las madres correspondientes, sin matizar
ni extender. Aclarado esto, comencemos por el principio. Desde que recuerdo me
ha sorprendido el interés que despiertan nuestros apellidos, y basta con
contemplar la cantidad de webs de pago que existen en donde te “aclaran” o
definen tu árbol genealógico, la procedencia real de tus apellidos y hasta te
hacen unos estupendos collages para colgar en el salón, a la vista de todos, en
los que se demuestra que procedes de una noble y acaudalada familia de Zamora,
o de Roncesvalles, que eso ya es la leche, pero que por culpa de no sé cuál
conde, de manera injusta, traicionera siempre, te quitó tus propiedades, tus
sirvientes, tu título nobiliario, y, sobre todo, que es lo que peor llevas, tus
verdaderos apellidos. Desde treinta euros, de verdad, gastos de envío
incluidos, que no te tienes que mover de tu casa para ir a recogerlo.
A lo largo de los siglos hemos utilizado los
apellidos de muy diferentes maneras. Para determinar a quien pertenecíamos, los
Rodríguez, por ejemplo, de Don Rodrigo, o los Núñez de Don Nuño, el del
castillo nuevo ese con wifi incorporado en las almenas, el del todoterreno
junto al foso. Para conocer nuestra procedencia, Lopera, Aragón o Asturias, sin
más, tampoco le dieron tantas vueltas al coco. Para determinar al gremio al que
habían pertenecido o pertenecían tus ascendientes o tú mismo, Zapatero,
Tendero, Sastre, Herrero, etc. o simplemente para contar a todo el mundo tu
trastienda familiar, y ahí tenemos ese Expósito que durante tantos años fue
como una gran A púrpura –estigmatizante- sobre las frentes de sus
propietarios. Y, por supuesto, nuestros apellidos han sido nuestros grandes
localizadores sociales, antes de que los GPS... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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