miércoles, 16 de septiembre de 2015

ESE PROBLEMA DE ESTADO

No le voy a dedicar una sola línea a las elecciones catalanas, vaya tío sosito que soy, no me apunto a la moda imperante y rampante. Demasiado lo escrito y dicho hasta el momento, y puede que ahí se encuentre parte del error: en la saturación verbal. Cuando se habla mucho, las probabilidades de equivocarse aumentan considerablemente, sobre todo cuando los que hablan no son, precisamente, unos lumbreras, visto lo visto. Vaya, me he pasado de líneas, soy un tipo actual atento a la actualidad. Amén. Tampoco voy a hablar de los refugiados, asilados o como se quieran llamar. Personas desesperadas que son capaces de cualquier cosa por una vida mejor, digna, a secas, lo que haríamos cualquiera por nuestros hijos y familias; así los llamo yo, porque así los contemplo. Y nosotros, insignes europeos, habitantes del vetusto y sabio continente, contemplamos como nuestros grandes representantes políticos mercadean con las vidas humanas, a la baja obviamente, como si fueran mercancía. Se nos puede colar algún yihadista, avisó el ministro, claro, y también se nos puede colar algún Wert que se cargue la educación y la cultura de este país, que se nos coló. Y ahí lo tenemos, a tutiplén en París, vaya condena más mala, lo mal que lo estará pasando el hombre. Tampoco voy a escribir sobre Ylenia, esa musa platino de los shores, que es esa nueva acepción que nos sirve para calificar la mínima expresión emocional, cultural o social que puede desarrollar una persona. Con decenas de problemas, muy sangrantes algunos, aberrantes, el TT coronaba en lo más alto de Twitter a nuestra querida Ylenia. Pero no acusemos a Ylenia, ella esa simplemente como es, señalemos con el dedo a exhibidores y espectadores, que la convierten en esa musa de lo que no tendría que ser, pero es y está siendo. Menuda siembra, ya recogeremos. Tampoco voy a hablar de Piqué, en el ojo del huracán, inspiración para los silbadores, problema universal que condiciona el Ibex y la Prima de Riesgo, así, tal cual. Relativizar, ese verbo que tan mal conjugamo... sigue leyendo en El Día de Córdoba

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