Una final más cómoda de lo previsto, 17 puntos de diferencia. Volvemos a hablar de esta excepcional generación de baloncestistas que siempre recordaremos. Durante dos semanas hemos disfrutado con las genialidades del Chacho, la sobriedad de Felipe, el mágico atrevimiento de Rudy, la versatilidad de Llull o la sencilla honestidad de Pau Gasol. Estrella indiscutible de la NBA, ídolo en Chicago, cuando Gasol se enfunda la camiseta de España es un jugador modelo, incluso a costa de renunciar al brillo personal. Aún así, ha sido designado el MVP del Europeo. Podríamos reinterpretar o repetir todas las loas que los nuestros han recibido en los últimos días, todas merecidas, hasta crear un nuevo género literario. Una selección que, más allá del juego, puro talento, desprenden lo que calificamos como “buen rollo” y que no debería ser una excepción en el mundo del deporte de élite. Y es que nuestra selección de baloncesto es, además, sobre todo, un equipo de buena gente, de gente normal, de deportistas, de simplemente deportistas. Algo que salta a la vista en las celebraciones, en las bromas, en las canciones pactadas, en las miradas de complicidad. Y con la medalla en el cuello se han comportado como lo que son: gente normal, que se emociona, que llora, que ríe, como cualquiera de nosotros en un momento de felicidad. Tal vez por eso disfrute tan intensamente los triunfos de esta selección, porque contemplo el triunfo de la normalidad.
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