Durante
siglos, fue Grecia la que rescató a ese difuso espacio, no sé si geográfico o
económico, que denominamos Mundo Occidental de las penumbras de la ignorancia.
Los griegos nos mostraron el camino al otro lado del caos, hacia el futuro, que
es este presente. No sé si entonces lo habrían llamado futuro de conocer el
resultado. Los griegos, los padres de estos griegos que ahora se encuentran los
bancos cerrados, nos enseñaron que el cerebro puede ser la parte fundamental de
nuestro cuerpo. No es solo para que crezca el pelo, nos dijeron y lo
demostraron, ya lo creo que sí. Nos enseñaron a pensar, a meditar, a
reflexionar. Muchas de sus enseñanzas fueron fundamentales en la construcción
de eso, no sé si conceptual o material, que denominamos Civilización. Durante
muchos siglos, Grecia fue la civilización en sí misma, la perfecta definición
de sus propias enseñanzas. Sus ciudadanos, mientras el resto proseguíamos a
estacazos y a gruñidos, se reunían en el ágora para hablar y articular lo que
comenzaron a entender como una sociedad, tal cual. Crearon la Democracia, sí,
muy parecida a la que ahora disfrutamos, y ya han pasado unos cuantos miles de
años. Busque en el retrovisor de la Historia, hacia la parte superior
izquierda, ahí puede encontrar esto que le cuento. Como los grandes imperios y
civilizaciones, Grecia también ha padecido su descenso a los infiernos, el fin
de una época, un punto y aparte, campana y se acabó. No creo que Homero,
Sócrates y Platón pudieran imaginar, a pesar de sus privilegiados cerebros, que
el gran ocaso, el cisma, llegara en el Siglo XXI, ahora, ya.
El pasado domingo, 28 de junio, miles de gays y lesbianas de Grecia se
concentraron en Atenas, frente a su Parlamento, para demandar sus derechos y
exhibir con orgullo, como marca el día, su condición. Tal y como sucedió en
miles de ciudades del mundo, también en Berlín. Berlín-Atenas, Alemania-Grecia,
unidas por la bandera del arco iris. Alemania vivió y sufrió su propio abismo
no hace tanto, no han pasado siglos, apenas unas decenas de años. Primero tras
la conclusión del nazismo, y unas décadas después cuando las excavadoras
acabaron con el Muro de Berlín. Y en ambas ocasiones, el motor alemán se puso a
trabajar para recuperar todo lo perdido o asimilado, sí, pero también, en ambas
ocasiones, recibieron la ayuda internacional para poder restablecerse. No
defraudaron a sus generosos amigos, es cierto, pero tampoco sus generosos
amigos les apretaron el cuello cuando comenzaron a respirar. Tal vez, en esta
vieja Europa nuestra que ya ha pasado por demasiadas operaciones de estética
con tal de... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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