Joe
Strummer, el líder de los míticos The Clash, solía esconderse/refugiarse en
España cuando en España sólo cuatro locos conocían a los The Clash. De hecho, en
más de una ocasión tuvo Joe Strummer que enseñar su documentación o cantar una
canción para intentar convencer a su compañero de farra de que realmente se
trataba de él mismo, que sí, tío, que soy
Joe Strummer. Esos tiempos sin Google y sin Youtube.
Mientras
leía La calle Great Jones me he
acordado de ese Strummer invisible y anónimo en España, que huía de su gloria, y
también me he acordado de Palmolive,
su novia española. Paloma/Palmolive,
tras participar en unas cuantas bandas punkarras
de aquel Londres equino y afilado, desapareció como si nunca hubiera existido.
La leyenda habla de sectas, entre praderas y reses comilonas, a lo postal de
John Ford, tal vez en la Comuna Agrícola
del Valle Feliz. Quién sabe.
No
hay lecturas limpias, las partículas del ambiente se cuelan en nuestra
percepción y establecen criterios de memoria que no teníamos previstos. Nada
más concluir la novela de DeLillo comencé la autobiografía de Johnny Ramone, Commando, y en ocasiones sentí que
seguía leyendo al primero, que permanecía en La calle Great Jones, encerrado junto a Johnny, contemplando el exterior a través de la nebulosa
de su flequillo. O puede que fuera junto a Bucky
Wunderlick.
Podemos
disfrutar ahora, cuarenta años después de su publicación, de la estupenda
traducción, una vez más de Javier Calvo, de La
calle Great Jones, la tercera novela de Don DeLillo. La historia de una estrella
del rock, en esa América de Apocalipsis
Now, que decide recluirse del mundanal ruido, de la gloria, de las groupies, de sus compañeros de banda, de
los medios y de todo lo demás, en la calle que reproduce el título, y donde
comienza a establecer relaciones con una serie de personajes tan extraños como
turbadores.
La
conexión rock-literatura se caracteriza por su escasez y por sus
cortocircuitos, raramente encontramos algo de luz. En este sentido, La calle Great Jones es una excepción. Una
maravillosa excepción. No hay secuencias de conciertos, ni desmanes en los
camerinos ni eternas noches multicolores ni locales de ensayo, no, pero hay
mucho rock. En sus tripas, en las entrañas mismas del propio rock, la verdad
que se esconde tras la leyenda. Definición del abismo que se atisba tras la
gloria. La fama requiere toda clase de
excesos.
Olvide
lo de los cuarenta años, sólo es una anécdota. DeLillo nos demuestra en esta
novela que estableció las fronteras de su propia narrativa muy pronto. Es él,
sí, al auténtico DeLillo, el que ahora conocemos. Delirante en su concepción,
irónico en su laberinto, lúcido en su caos, perverso en esa inocencia suya tan
oscura, tan desafiante con lo establecido. Recorra La calle Great Jones junto a Bucky y deje que la música fluya.
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