Comienzo mi colaboración con el diario El Cotidiano. Me encontrarás en la sección de Deportes (sí, deportes), en mi columna A pie cambiado.
Soy de esos que se traga un Bolivia-Ghana en un Mundial a las tres y media de la tarde, verano en su esplendor, gazpacho en el gaznate y demás adversidades, y hasta puede que no sea necesaria la plataforma todopoderosa del Mundial. Como dice esa canción de verbena y pandereta, me gusta el fútbol. Sí, lo confieso. Me gusta verlo en el campo, frente a la pantalla de la televisión, escucharlo por la radio, seguirlo por una edición digital, tuitearlo, y, sobre todo, me gusta y me encanta hablar de fútbol.Puede que el fútbol, ese deporte simple, que se juega con los pies, once contra once si el de negro no ordena lo contrario, sea una metáfora de la vida, o una panorámica alquilada de nuestros sueños por cumplir, quién sabe. Cansino y épico, emocionante y previsible, agónico y triunfal, gasolina de origen desconocido que calienta la caldera de las emociones más profundas y escondidas. Lluvia de estrellas, alcantarillas por explorar, la pasión del recreo que se inyecta en las gradas de un estadio abarrotado. Tampoco diseccionemos con tanta ansia y detalle al insecto, y disfrutemos de su vuelo, cuando toque, y sobrevivamos a sus picaduras, que siempre llegan, que la noria no se detiene eternamente en las alturas.Se suele decir que en España hay millones de entrenadores y seleccionadores potenciales con bastante sorna, incluso con desprecio, cuando puede que sea la realidad. Piénselo un instante, mi caso concreto por ejemplo, si sumara todas las horas que he pasado a lo largo de mi vida viendo partidos de fútbol, comentándolos, recordándolos... sigue leyendo en El Cotidiano
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