Estrellas y cuchillas, cuchillas y estrellas, los dos extremos de una sociedad bipolar.
Inmersos
como estamos en estos tiempos bipolares, cuando no esquizofrénicos, es fácil
toparte con un periódico, noticiario y demás que en apenas cinco segundos, en
la misma portada incluso, te informan sobre cuchillas y estrellas. Del cielo al
infierno en un solo trayecto, sin parada en el metafórico limbo, que parece
predestinado a desaparecer. O habitas en el reino de las estrellas o te
acostumbras a sobrevivir en la tierra de las cuchillas, y no le preguntarán qué
lugar prefiere, ya lo harán o habrán hecho por usted. Solicitar un informe
sobre la peligrosidad de las cuchillas en la valla de Melilla es como preguntar
si la sal es salada, el azúcar dulce y el limón agrio. Pero es más que una
simple y pueril evidencia, preguntar si las cuchillas pueden ser perjudiciales
para las personas es un descarado y grotesco ejercicio de cinismo, es pretender
convertir lo evidente en susceptible; es un atentado, en toda regla, contra la
razón y la inteligencia colectiva. No pidas informes, y no me llames tonto. Las
estrellas abundan. Hay más cielo que estrellas. De hecho, si brillaran todas no
llegaría nunca la noche. Y es que dentro de las estrellas hemos cobijado muchas
subespecies y hasta infraespecies, engendrando una fauna de imposible
clasificación. A las estrellas que me refiero hoy son las gastronómicas, esas
que conceden a esos restaurantes exquisitos que sólo disfrutan unos pocos. Me
llamó especialmente la atención el caso de DiverXo, el último establecimiento
en alcanzar las tres estrellas, que según cuentan eso es como formar parte del
olimpo celestial de los fogones. Su propietario y cocinero, David, un chaval
con estética entre punkarra y
mohicana, contaba las vicisitudes que ha tenido que pasar hasta alcanzar esta
gloria recién adquirida.
De hecho, confesó el cocinero en algunos medios de comunicación que los
trabajadores de su restaurante son mileuristas... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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