viernes, 29 de junio de 2012
lunes, 25 de junio de 2012
LA HUELLA DE SERGIO
En estos tiempos ingratos y devastadores estamos
asistiendo a la destrucción y desmantelamiento de lo que durante dos décadas
hemos conocido –y ahora nos dicen que también “disfrutado”- como Estado del
Bienestar. Sanidad, Educación y Protección Social universal, pública y
gratuita. Pero yo ampliaría el concepto de Estado del Bienestar e incluiría,
porque es lógico hacerlo, el avance que en este tiempo se ha producido en el
Deporte, con la indiscutible mejora de instalaciones, en la Investigación,
donde somos una referencia –aunque pronto dejaremos de serlo-, en Medio
Ambiente, que ha pasado de ser un adorno casi superfluo a una prioridad, o en
Cultura, que si bien nunca ha dejado de ser el área peor tratada en cualquier
presupuesto público, hemos de reconocer que durante los últimos años se han
creado multitud de eventos, se han potenciado sus espacios y se han
multiplicado las acciones y las oportunidades. Nuevamente, puestos a
prescindir, y no sólo me refiero a las administraciones públicas, que también,
las empresas privadas, las fundaciones y hasta nosotros mismos como
consumidores hemos comenzado a recortar por la Cultura. Seguimos creyendo que
es de lo primero que podemos prescindir, seguimos sin reconocerla y, sobre
todo, disfrutarla como un elemento de primera necesidad. Sin apoyo público y
sin consumo privado es imposible mantener el sector cultural –o cualquier otro
sector-, y cada día un nuevo nombre, una editorial, un medio de comunicación,
una sala de arte o una discográfica, se añade al parte de bajas y nos anuncia
su desaparición. Y estas bajas deberíamos asumirlas como un fracaso social, ya
que nos empobrecen como colectividad, nos hacen peores.
La pasada semana, Sergio Gaspar, director, fundador,
propietario, alma y no sé cuántas cosas más de DVD Ediciones, remitió un correo
electrónico anunciando la desaparición de la editorial para el próximo otoño.
La noticia, y me coloco bajo la piel de lector, me parece terrible, ya que DVD
Ediciones cabe entenderse como el escaparate, la referencia y hasta la cuna de
las propuestas literarias españolas más interesantes de las dos últimas
décadas. La obra completa de Pablo García Casado, poemarios de Manuel Vilas,
Agustín Fernández Mallo, Elena Medel, José Daniel García, Antonio Lucas, Jorge
Riechman o Luna Miguel, o magníficas traducciones de Bukowski, Simic o Dylan
Thomas forman parte del amplio catálogo de esta editorial que desde sus
comienzos se convirtió en una ventana abierta, aire fresco y nuevo, de la
Literatura española e internacional. Sergio, además de los títulos
individuales, tuvo la habilidad de publicar dos de las antologías más
interesantes de los últimos años: Feroces y Golpes, en las que un
buen número de poetas y narradores tuvimos la oportunidad de mostrarnos al
exterior. Porque aunque se haya destacado siempre la vertiente poética de DVD
Ediciones, no nos podemos olvidar de su apuesta por la narrativa. Y ahí podemos
encontrar los nombres de Vicente Luis Mora, Javier Sebastián, José Luis Cancho.
Pérez Álvarez o Diego Doncel.
Además, Sergio Gaspar y DVD Ediciones han constituido un faro para un
sinfín de nuevas editoriales, convencidas plenamente de un modelo caracterizado
por la independencia, la calidad y la contemporaneidad. Como autor, qué
decirles, el sentimiento que me acoge es el de orfandad. He publicado tres
novelas en DVD Ediciones, que es un dato meramente numérico, las que me
supusieron adquirir una nueva dimensión, coger músculo, ser más yo. Pero por
encima de la edición, Sergio Gaspar ha ejercido sobre mí una influencia
decisiva, ya que nos encontramos ante uno de los últimos editores de la
Literatura española. Editor en el sentido amplio e histórico de la definición.
Un confidente, un amigo, un corrector, un tutor, el crítico más severo, un
psicólogo, un representante, un estímulo, todo eso y mucho más ha sido Sergio
Gaspar en mi trayectoria literaria. Le debo mucho, muchísimo a DVD Ediciones y,
por tanto, a Sergio Gaspar, ya que en este caso hablamos de sinónimos
perfectos. No soy capaz de predecir cuál sería mi situación actual, si no
habría arrojado la toalla, si podría haber tenido acceso a otras editoriales
que han contemplado mi paso por DVD como un factor determinante, muy positivo.
Seré escritor el resto de mi vida, qué remedio me queda, es una enfermedad
incurable, y siempre la huella y el aliento de Sergio Gaspar permanecerá a mi
lado. Y no soy el único.
El Día de Córdoba
lunes, 11 de junio de 2012
REINVENTARSE
Hay épocas del año, meses me atrevería a decir, con
sus propias características y hasta con su propio vocabulario –que empleamos
para definir esas características tan intrínsecas-. En junio, en Córdoba, sólo
en Córdoba, es de nuestra exclusiva propiedad, hablamos mucho de reinventarnos.
Puede ser que no utilicemos esa palabra exactamente, que tampoco me creo yo en
posesión de nada, faltaría más, pero sí que recurrimos a equivalentes. Al junio
cordobés le pasa algo parecido a lo que a los septiembres y eneros
generalistas, de todo el mundo, tratamos de renovarnos, cambiar hábitos, ser
más sanos, más controlados, menos nosotros en cierta manera. Indiscutiblemente,
esa fiebre de cambio que nos entra de cuando en cuando, en los meses señalados
sobre todo, tiene su parte positiva, sus connotaciones adecuadas, porque en
realidad lo único que pretendemos es ser mejores, aunque la mayoría de las
veces nos quedemos atrapados en los baches y laberintos del camino. La
intención es lo que cuenta, eso dicen. Con intentarlo no basta, dicen otros.
Nunca terminamos de saber si el vaso se encuentra medio lleno o medio vacío.
Aunque puedan entenderse como términos similares, reinvención y adaptación
comparten elementos comunes pero no son exactamente lo mismo, porque la
adaptación puede derivar en una reinvención obligada, por la coyuntura, por las
posibilidades, por lo que sea, que los motivos pueden ser muchos y algunos
incontestables. Unos días atrás, en este periódico, pude leer como los
tradicionales establecimientos, tan característicos en nuestra ciudad, de
merchandising –según las nuevas nomenclaturas-, de recuerdos para entendernos
todos, han comenzado a renovarse y modernizarse con el objetivo de adaptarse a
los nuevos tiempos y ofrecer un producto más actualizado, así grosso modo y
para no complicarnos con explicaciones excesivamente extensas.
Es decir, prefiero ahondar con el pretexto de la
claridad, que el torito de terciopelo negro -que se vuelve canoso con el paso
del tiempo y sus velos de polvo-, la “gitanita” pizpireta que los plasmas están
exiliando de su hábitat habitual y el cartel de toros personalizado –yo una vez
toreé con Manolete y Belmonte- están en vías de extinción, ya que una
nuevos recuerdos de nuestra ciudad, más elegantes y contemporáneos –en
resumidas cuentas-, se están imponiendo en este sector. Es como lo de la
manzana mordisqueada y tecnológica que ha acabado con el célebre Tío Pepe madrileño.
Reinventarse o morir, podría ser un nuevo lema para estos tiempos convulsos y
convulsionantes que nos han tocado vivir. Porque dicen que los tiempos de
crisis, tal vez la palabra más empleada en los últimos años, si se cuenta con
grandes dosis de imaginación y de atrevimiento, propician un sinfín de
oportunidades. Sobre el papel esta canción tiene una música más que agradable,
pero me temo que la letra ya no me gusta tanto, y si ya me detengo en la
“pequeña” –la letra, me refiero- es como para ponerse a temblar. Tal vez alguna
vez oportunidad ligó con crisis, pero en la actualidad no me
atrevería yo a ser tan optimista, y para no ahondar en el desánimo no repito
las palabrejas que sí encajarían bien en esta canción sin sensibilidad poética.
En este mes de junio que nos acoge y que a ratos,
muchos, nos acecha, la reinvención empieza a plantearse no como una utopía, no,
como la única salida posible. En todos los aspectos, en economía, en política,
en representatividad, en valores, seguimos alimentando al animal que nos devoró
–y que nos devora cuando le damos un metro-. No nos planteamos un cambio
radical, construir nuevos cimientos, un nuevo camino. Retrocedemos sobre
nuestras propias pisadas con la única ambición de volver a hacerlo de nuevo en
el futuro, aún a sabiendas de que es un camino cortado, de que ya sabemos lo
que nos aguarda al final. Queremos ser de nuevo lo que fuimos y vivir como
vivimos en el pasado, en vez de comenzar de cero y construir un nuevo edificio
en el que todos podamos vivir a cubierto, todos, y no sólo unos cuantos.
Lástima que la reinvención en estos días de este junio acechante y de récords
negativos la sigamos considerando como una fábula peregrina sin visos de
realidad. El torito de terciopelo negro canoso por el tiempo busca una nueva
dehesa y la “gitanita” pone pies de bailarina para resistir sobre el estrecho
borde del plasma. Nosotros permanecemos, permanecen, hasta que ya no tengamos
ni la opción de intentar reinventarnos.
El Día de Córdoba
lunes, 4 de junio de 2012
PRINCESAS
El otro día tuve la ocurrencia de preguntar por qué
es famosa Kate Upton. Menuda ocurrencia. ¿Porque su bisabuelo inventó la
lavadora? Es cierto que la inventó, o por lo menos estuvo en el grupillo. La
lavadora le ha hecho muy bien a las mujeres, y no es éste un comentario
machista, todo lo contrario. Muy realista. Si los hombres, mayoritariamente,
nos dedicáramos o compartiéramos las tareas del hogar, sí podría decir que la
lavadora nos ha venido bien a todos y todas, pero no. La lavadora posibilitó
que muchas mujeres despegaran las rodillas del suelo y no les salieran callos
en los dedos. No creo que el bisabuelo de Kate inventará la lavadora por un
sentimiento o impulso feminista, más bien por vender electrodomésticos a
espuertas, y si lo hizo por tal motivo, que seguro que no, puede que no
estuviera muy contento con la trayectoria de su bisnieta. Evidentemente, Kate
Upton no es célebre por el supuesto invento de su bisabuelo, pero lo curioso es
que necesitaría una docena de artículos y hasta puede que un ensayo de tamaño
enciclopédico para explicarlo. Porque para poder explicar la celebridad de Kate
tendría que explicar esta sociedad que convierte en celebridad a personas como
Kate, y además, que ya es más duro, tendría que explicar por qué lo hace, por
qué lo necesita, porque realmente lo necesita. Muy dura la cosa. Se podría
llamar Kate, Kim, Paris, Belén o Ginna, en los últimos años asistimos a la
elevación de una serie de estrellas, la mayor parte de ellas femeninas, de las
que desconocemos su talento o sus habilidades para alcanzar tal notoriedad. Son
las nuevas princesas.
Desde
hace ya algunos años se ha insistido en la necesidad de acabar con determinados
estereotipos que perjudican la imagen de la mujer y que influyen de forma
negativa en las adolescentes, especialmente. Trastornos como los de la conducta
alimentaria, anorexia o bulimia, o depresiones a edades muy tempranas son
la cara b de un disco que repite a diario cómo ser la chica diez, una nueva
princesa, la mujer perfecta, bajo los parámetros de la belleza, estrictamente.
Acomplejarse, sentirse pequeña, diminuta, gorda o fea –sólo el 3% de las
mujeres están contentas con su físico- en esta falsa realidad teñida de
pasarela es fácil, muy fácil: cualquier medida que se aleje de la repetida
90-60-90 es sinónimo de fracaso. Hemos entendido, o así lo quiero creer, la
necesidad, acaso “hipócritamente correcta”, de criticar revistas, series,
películas, spots publicitarios y demás soportes que nos muestren a una mujer
que sólo destaque por sus cualidades físicas. Esas nuevas princesas de serie y
saldo, barbies del siglo XXI sin oficio reconocido y con muchos Ken a su
alrededor. Paris, Kim o Kate son las gurús que inspiran la vida de millones y
millones de adolescentes atraídas por la fama, por la vida fácil que viene de
la mano de un físico perfecto. La belleza, o una forma de belleza –para gustos,
colores-, como una llave maestra que abre todas las puertas.
Pero esta realidad no se detiene entre las páginas de esas revistas que
denominamos rosas o en la televisión, desgraciadamente trasciende al exterior.
En casa, los que somos padres, tenemos que vencer o esquivar a toda esa
poderosa intoxicación mediática para que nuestras hijas no se sientan
prisioneras en su propio cuerpo. Para que crezcan seguras, fuertes, sin
complejos; para que sean mujeres reales y que no sufran por algo tan frío y
superficial como el físico, porque, desgraciadamente todavía hoy, demasiado les
tocará luchar y padecer en el futuro por el simple hecho de ser mujeres. Con
frecuencia, pienso en cómo afrontaré esta cuestión con mi hija. Ella es aún
pequeña, tan sólo cuatro años, y creía que era pronto para que mensajes de
estas características llegaran a su cabeza y, lo que es peor, surtieran efecto.
Estaba equivocado, porque a pesar de su temprana edad ya hay toda una serie de
elementos que sin duda pueden modelar su escala de valores. Y no sólo hablo de
los juguetes y su importante carga sexista, que no deja de ser una lamentable
realidad que mantenemos entre todos. En el colegio, algunas de sus compañeras
empiezan a celebrar sus cumpleaños en esos centros donde las chicas son
“princesas” durante todo un día. Embutidas en fluorescentes batas rosas, son
maquilladas y peinadas a conciencia, no falta la manicura, y la sesión concluye
con un deslumbrante desfile ante la atónita mirada de padres y madres. Tan
pequeñas les marcamos el camino: la felicidad consiste en desfilar convertida
en una princesa teñida de rosa. Tal vez Kate Upton jugara a esto de pequeña,
soñaba ser una princesa, y si no lo hizo doy por hecho que le habría encantado.
Y mientras, la lavadora que supuestamente inventó su bisabuelo sigue girando.
Al centrifugar, los colores se convierten en uno solo.
El Día de Córdoba
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