Estos
días por los que estamos atravesando son los más parecidos a esa definición que
estudiamos de la primavera y que en nuestra tierra es sólo una leve antesala
entre el brasero y el aire acondicionado, entre el rabo de toro y el salmorejo,
entre el saquito y la manga corta, entre el sueño y el insomnio. Es breve, sí,
pero se disfruta a su manera, tal vez por su inapreciable brevedad –la verdad
del refranero-. Ha comenzado esta primavera particular nuestra, paraíso de las
alergias, de las hormonas y de las fiestas con barra, pinchitos y megafonía en
cualquier plaza. No esperamos a la consabida campaña publicitaria que determina
el tránsito de las estaciones. En primavera, ampliamos el baúl de nuestros
recuerdos, sí, todos nosotros hemos tenido un momento irrepetible aunque no lo
hayamos pretendido. Haga memoria. En primavera se ganan las Ligas, y hasta las
Copas, ya sea la de su Majestad el Rey o la de Europa, que es la Copa entre las
Copas y, por tanto, el fulgor primaveral y futbolístico continental y casi
mundial. En primavera comienzan a anunciarnos esas canciones aspirantes a
reinar durante el verano; pero ya no es la cosa como era, esta crisis puñetera,
o la ausencia del inefable Gorgie Dann, parecen querer boicotear el ritmillo de
las verbenas. No lo podemos permitir, claro que no. En primavera pensamos en
nuestros cuerpos sin ropa y nos planteamos, desde el shock o la
autosatisfacción, el itinerario más inmediato. Espero que caigan unas gotas y
las piscinas no peligren. En primavera podemos llegar a sentirnos quejosos,
extraños con nosotros mismos, como deprimidos; cuentan que tiene una
explicación científica. Recurrimos a la ciencia para explicar sin entender lo
que no nos explicamos. En primavera, como en ese mayo del 68, las revoluciones
nos descubren que todavía es posible encontrar la arena de la playa bajo la
fría y dura superficie de los adoquines. En esta primavera nuestra, breve pero
intensa, nos encontramos con ecos de esa primavera del 68. Es posible un
momento de calma ante la Prima de Riesgo, es posible continuar caminando ante
los recortes sangrantes, hay oxígeno tras la asfixia. En esta primavera, sí.
En
esta primavera que nos ha llegado cuando le ha dado la gana, como todas las
primaveras, los andaluces estamos citados con las urnas, en las elecciones más
trascendentales de las últimas décadas. En apenas una semana, casi nada. No es
una exageración, no, es la más simple y elemental realidad. Las más
trascendentales desde aquellas elecciones en las que dijimos sí, y no todos dijeron
sí, que queríamos ser más nosotros, más libres, a nuestra manera, tener
conciencia de Andalucía plena. Esta crisis, puñetera me parece hasta un
calificativo cariñoso para evaluarla, nos incita a retroceder, a volver al
pasado, a entender como privilegios algunos de los derechos que me hemos conquistado
y disfrutado durante los últimos años. Somos ese enfermo moribundo que se
resigna a todo tipo de amputaciones con tal de que su corazón siga latiendo y
así poder durar, que no vivir, unos cuantos días más. Escuchamos que nuestros
hijos tienen muchas posibilidades de vivir mucho peor que nosotros y
permanecemos impasibles, no somos capaces, tan siquiera, de dedicarle una
mirada de desprecio a quien pronuncia tan aberrante frase. Ya no digo gritar,
que también deberíamos hacerlo, bien fuerte, con todas nuestras ganas, hasta
que nos faltara el aliento. Los mercados así lo determinan, nos dicen, y nos
quedamos tan panchos. Extendemos el brazo y le decimos al cirujano del dinero
que nos corte otro brazo. Y no, no deberíamos seguir entregándonos a esta
salvación que cada vez más se parece a la muerte. La teoría del miedo se ha
impuesto y vivimos esclavos de ese miedo, porque el miedo coarta la libertad. Y
yo no quiero tener miedo, y, por supuesto, no quiero dejar de sentirme libre.
Nunca
me ha gustado la resignación como concepto vital; ya vendrán tiempos mejores,
proclamamos, aunque no lleguen o tarden más de la cuenta. La resignación me
muestra un camino de sufrimiento y una recompensa que nunca llega o que sólo
disfrutan unos cuantos, los de siempre. Esos que, curiosamente, tampoco sufren
las durezas del camino. Es la primavera, tal vez, la estación menos resignada
del año, la rebelde, y rebeldía autorizada, ya que le permitimos desde el
diluvio a la calina, albergar otoños e inviernos, y hasta veranos, en su
interior. Es primavera y no me resigno, y mucho menos en esta primavera
crucial. No todo son adoquines.
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