Hay
determinadas fechas en el año que llevo tatuadas en mi interior con la tinta de
la emoción. Fechas que, sin necesidad de señalar en el calendario o de
programar en una alarma, regresan al presente y que me transmiten algo parecido
a la felicidad. El martes de la pasada semana viví una de estas fechas, 31 de
enero, Juan Bosco, fundador de los Salesianos. Una fecha entrañable y querida,
que instala en mi paladar el gusto de esas tortas de aceite –con su almendra en
el centro, buena memoria la de Gregorio- y del chocolate con el que nos
obsequiaban en el colegio bien temprano. Y recuerdo, claro, las obras de teatro,
las competiciones, las interminables carreras por el pórtico, las banderolas,
el himno… Era un día grande, un día especial que rompía, y de qué manera, con
la rutina de las clases, los controles y demás. Juan Bosco es un santo
peculiar, un santo admitido por el propio Mao por su defensa de la clase
trabajadora y de lo más oprimidos, un santo impulsor de las disciplinas
artísticas como base fundamental de su sistema educativo. Un santo con
habilidades circenses y una resistencia de acero. En torno a cada 31 de enero
nos narraban su vida, repleta de avatares, con aquellas diapositivas que nunca
coincidían con lo que reproducían aquellas cassettes, auténtica Altamira de los reproductores actuales.
Lo he comentado en más de una ocasión, no sólo por el 31 de enero o por el 24
de mayo conservo un grato y casi mágico recuerdo de mis años en los Salesianos.
También porque construyeron en gran medida a la persona que hoy soy. Recuerdo,
y han pasado más de treinta años, no me cuesta nada reconocerlo, las clases de
Constitución o las que le dedicamos al Estatuto de Autonomía de Andalucía –aún
conservo el ejemplar colorista que nos regalaron- o a discutir sobre política,
con absoluta libertad, con absoluta admiración. Y también recuerdo las clases
de sexualidad, creo que debía tener doce años, la naturalidad y precisión de la
información. Tan precisa y natural que de haberlo sabido mi padre no me cabe
duda de que habría presentado una queja en el colegio.
Recordaba
todo esto el pasado día 31 de enero de 2012, el mismo día que el nuevo ministro
de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, anunciaba la defunción de
Educación para la Ciudadanía. Aunque se llamara de otro modo, yo estudié esa
asignatura hace más de treinta años, porque es bueno que en los colegios se
hable de sexo, de otras religiones, de política, de las diferentes opciones
sexuales, de tolerancia, de valores, sí, de valores –que no son ideologías,
aunque muchos los confundan-. Me parece gravísimo que se hable de
adoctrinamiento para eliminar la asignatura; en primer lugar porque quien lo
dice demuestra que no ha leído el texto y en segundo porque insulta de manera
grave a los profesionales de la educación. Y ya van unas cuantas veces en muy
poco tiempo, vagos y adoctrinadores. La eliminación de la asignatura me parece
grave, pero más aún que volvamos a cambiar el sistema educativo. No le
concedemos a ninguno el tiempo suficiente para que cuaje. También ese mismo
día, el 31 también, el nuevo ministro de Justicia, el alguna vez centrista
Alberto Ruiz Gallardón, ratificaba su intención de reformar la ley del aborto
para volver a la de 1986. Curiosamente, esa de 1986 el Partido Popular la
recurrió al tribunal constitucional. En 2012, más de treinta años después, la
acepta y propone como paradigma.
Casi
coincidiendo con el pasado 31 de enero, día de Juan Bosco, conocíamos la
decisión del Alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, de eliminar el nombre de
Pilar Bardem de una calle, sustituyéndolo por el de una Virgen. Podemos
cuestionar si la actriz merece una calle con su nombre o no en Sevilla, por
supuesto, todo es cuestionable, pero esta repentina retirada tiene algo de
revanchismo, de rabieta contenida que se expulsa del interior a la menor
oportunidad. Y no, no es tiempo de revancha, no, es tiempo de acción, de
adoptar medidas certeras y valientes que atajen el desempleo, de garantizar una
sanidad y una educación públicas y de calidad. La revancha requiere de
esfuerzo, de tiempo, sin contar todo lo que supone de fondo, que es mejor no
catalogar, y las demandas actuales requieren de otro pulso, de otros intereses,
de canalizar las energías para acometer las penurias del presente. Todo esto y
algo más en torno a un 31 de enero, día de Juan Bosco. Curioso el girar de esta
noria. Me despido con una de sus célebres frases: Nunca hay que decir “no me
toca”, sino “voy yo”.
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