Ha
sido ésta la primera vez, en todos los años que llevo tatuando de palabras esta
vista aérea, que me he tomado un descanso, fiel y cumplidor como un reloj
suizo, semana tras semana. Descanso obligado por los festivos de esta Navidad,
no ha sido por decisión propia, debo de reconocerles que no me ha sentado bien,
que me he acordado más que mucho de mi periódico, de los lectores, de cuadrar
palabras, de dejarme sentir, mucho o poco, pero dejarme sentir. No vuelvo con
las pilas cargadas porque nunca he dejado que se me vacíen, prefiero la
electricidad a la pausa y el nervio al recuerdo. Siempre ansioso y con los ojos
bien abiertos. Comenzamos un nuevo año, capicúa y bisiesto, con el susto aún en
el cuerpo, la sierra mecánica tiene repleto de carburante el depósito y amenaza
con dejarnos tiritando, con el frío que ya estamos pasando; menuda guasa. Eso
sí, el motivo, las excusas y las justificaciones han variado radicalmente.
Hasta hace sólo dos meses las cosas se hacían por improvisación, por
incapacidad o por simplemente fastidiar al personal y ahora se hacen por salvar
a España. Recuperemos a los grandes autores del 98 y coloreemos la trágica
sepia del XIX. Por esa supuesta salvación nos vamos a entregar con las manos
atadas al degolladero, porque además han conseguido instaurar entre todos
nosotros que todo lo que se haga, todo lo que se corte –con o sin anestesia-,
es poco, que es necesario más, mucho más que cortar y extirpar, aunque
renunciemos a lo que tanto nos ha costado construir; qué más da.
Como
todos los años por estas fechas, prosigo con mi obsesión/pasión por curiosear
en los contenedores de basura los embalajes de los regalos que nos han dejado
los Reyes Magos. Y sí, siguen siendo sus majestades de Oriente los que colman
nuestros deseos, y no su yerno, tal como se afirmaba en esa broma que circula
por la Red a toda velocidad. Dicen que el regalo estrella han sido las
tabletas, que ya no son de chocolate –qué buenas enterradas en una viena
blanquita, sano adelanto al bollycao
actual-, no, ahora son táctiles, porque en verdad se tratan de pequeños
ordenadores sin teclado. Y la gente las lleva encima a modo de mariconera informática, y es que los
tiempos cambian, o tal vez seamos nosotros los que cambiamos. Más tonterías que un mueble bar, le
escuché a un mayor mientras contemplaba a su nieto tuiteando en su tableta de estreno. Ahora que hablamos de Twitter,
menudo palo le ha pegado, con la inestimable colaboración del guasá –o como se llame-, a las
operadoras de telefonía móvil. Puedo contar con los dedos de una mano los sms que he recibido estas finiquitadas
navidades, que la crisis achucha y cualquier ayuda se agradece. Como les decía,
los tiempos cambian, y como dijo la vicepresidenta –antes o después que su enlacado flequillo simpsoniano-, esto es
el inicio del inicio. No quiero ni
imaginar cómo puede llegar a ser el principio del fin, si es el que el fin
cuenta con un principio. Fin es el que quieren escribir en la historia del
libro papel, porque otro aparatejo
que los Reyes Magos han repartido con desenfreno han sido los denominados
libros electrónicos. Y como en nuestros mp3, o en nuestros discos duros,
necesitamos que haya dos mil libros, ocho mil canciones, mil películas, aunque
luego no tengamos tiempo para leerlos, escucharlas o verlas, que más da, lo
importante es acumular y, sobre todo, contarlo. Síndrome de Diógenes contabilizado
en megabytes.
Propósito
de enmienda o promesas a cumplir/incumplir a lo largo del año. Aunque para
promesas incumplidas ya tenemos más que buenos ejemplos, auténticos campeones,
en los últimos días. Pues eso, comenzamos este 2012, que debe ser, al menos en
Andalucía, un año con un marcado acento gaditano, que celebramos la Pepa. Tampoco nos olvidemos de las
elecciones autonómicas, que determinarán si nos adherimos al azul que invade el
país o si seguimos siendo la Galia
española de izquierdas. Este bicentenario, las próximas elecciones, los
recortes habidos y los que vendrán, las cajas de los regalos en los
contenedores de basura, fabrican un cóctel tan extraño como sincero. Tiempos de
sabores agridulces, revueltos y encontrados. Frente a este paisaje, comenzamos
este nuevo año capicúa y bisiesto que, en gran medida, será como nosotros
deseemos que sea. No pensemos que somos tan pequeñitos y débiles, cuando
queremos, cuando lo deseamos con todas las fuerzas, podemos, claro que podemos.
Así que, por lo menos, apúntese este propósito de enmienda: intentarlo.
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