Le
encantaría regresar al medievo, y recorrer las llanuras y los valles, las
montañas y las ciudades, montado en su caballo glorioso e imperial, como un
caballero de noble estirpe y condición. Porque él es un caballero de muy noble
estirpe y condición, con más títulos que el Real Madrid –que sigue siendo el
equipo con más títulos-. Y le gustaría, le encantaría, con su espada en mano
deshacer entuertos, obtener nuevas posesiones, conquistar muchas mujeres y,
sobre todo, abatir al enemigo, porque lo que peor lleva de esta época libertina
y democrática es los juicios, las leyes y todas esas milongas que nos hemos
inventado. Con lo bien que se vivía en el medievo y lo rápido y fácil que se
solucionaban los conflictos. Es admirador de Duran i Lleida, ese político que
jamás pretende ofrecer un titular a la prensa ni fabricar una ofensa, ese
político que se calza sus botas rojas y las camisas de cuadros –tipo leñador-
los fines de semana para calificar la homosexualidad como una enfermedad, fíjate
tú. Y luego dicen que los escritores escribimos para ahorrarnos al psicólogo, y
para mí que son muchos lo que se decantan por la política. Nuestro caballero
del medievo anclado en este presente perverso admira a Duran i Lleida porque
habla claro y nunca se aferra a la demagogia, y eso que ha leído a Carlos Marx
y reconoce haber asistido a una conferencia de Cayo Lara, hombre de amplias
miras. Le gusta la palabra, demagogia, a nuestro caballero, y sobre todo le
gusta utilizarla cuando no está de acuerdo en algo, en lo que sea, porque todo
lo contrario a lo que él piensa es una demagogia. Es un hombre cultivado,
insisto, aunque pasara de largo la lectura de Delibes, así no se puede sentir
representado por ninguno de Los santos
inocentes, y también se le pasó de largo, en su intenso proceso de
aprendizaje, profundizar en la inmensa historia de su linaje. Se siente
orgulloso de lo que es, de ser como es, y no quiere ni oír hablar de las demagogias del pasado.
Este
hombre del medievo, a pesar del tiempo que le ha tocado vivir, es un joven
emprendedor, un empresario benefactor y magnánimo que sería muy feliz visitando
a sus trabajadores por Navidad y compartir unas copillas con ellos y regalarles
un sobrecillo con unos euros, como gratitud por los servicios prestados. Qué
inequívoco gesto de caballerosidad y de humanidad –todo terminado en D, que
rima con Navidad-. Tendría que ver diez veces la entrevista a Cayetano Martínez
de Irujo para poder extraer con el mínimo rigor la cantidad de barbaridades que
expulsó por su boca, pero no lo voy a hacer, no, con una ya me parece más que
suficiente. Y, por supuesto, no voy a reproducir con literalidad ni una sola de
las atrocidades que dijo sobre Andalucía y los andaluces, especialmente de los
más jóvenes. No creo que sea necesario. Me empieza ya a cansar, por emplear un
verbo suave, las insolencias que tenemos que soportar los andaluces en los
últimos tiempos, ese todo vale para clavar un titular aunque no se cuenten con
los datos y la información suficientes, ese desprecio constante por todos
nosotros, de una forma generalista y aberrante. El insulto a Andalucía nace con
una clara vocación incendiaria, pero se pasan con el combustible o se confunden
en la mezcla y concluye en basura, que recubre como una segunda piel a quien lo
pronuncia. Y algo que me halaga, y mucho, es que todos los insultos que hemos
recibido los podríamos haber respondido con idéntica bajeza, que es lo más
fácil, créanme, y no lo hemos hecho. Que también hay acentos diferentes,
subsidios y estereotipos en otras partes de nuestro país.
He
tratado de informarme en la Red de algunas de las gestas de las que se vanagloria
este Duque de Salvatierra –curioso título- y apenas he podido encontrar algo
remotamente parecido a lo expuesto por él mismo durante la ya célebre y
aterradora entrevista. Eso sí, una vez le ganó en una competición a Álvaro
Muñoz Esscasi, sí, ese tertuliano exquisito y cultivado de los mejores
programas culturales que podamos encontrar en la televisión. He de reconocer
que comprendo algunas de sus manifestaciones, claro que sí. Cuando Cayetano se
refería a que los andaluces no quieren progresar tal vez se estaba refiriendo a
lo que contempla en el espejo cada vez que se mira. Se lo ha encontrado todo hecho
en la vida, ha contado con todas las oportunidades, y que sepamos, de momento,
no ha hecho nada provechoso. No sabemos cuál es su progreso. Ya que no ha
cumplido con su sueño, el de ser un caballero del medievo, sería recomendable
que alguien le aconsejase a este jinete y empresario que tratara de adecuarse
mínimamente a los tiempos que le ha tocado vivir o que, por lo menos,
disimulase la inadaptación con el silencio, que en su caso sería signo de
sabiduría y no dejaría a la intemperie tanta ignorancia.
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