A principios de este mes de agosto tuve la oportunidad de presenciar, de nuevo, una actuación de José Tomás. Plaza de toros de Huelva, Fiestas Colombinas. No fue algo premeditado, no, surgió de repente, esa llamada imprevista de un amigo que te dice que tiene un amigo de un amigo con algunas entradas, alguien que ha fallado, si me respondes en cinco minutos te la conseguimos. Con el eco, aún, de la reaparición de José Tomás en Valencia, mareado por las cifras alcanzadas en la reventa, por lo que había supuesto en la ciudad, por los comentarios y fotografías del evento, entendía que me encontraba ante una gran oportunidad, que no podía dejar pasar de largo. Tampoco tuvieron que esforzarse mucho en convencerme para que asistiese a la corrida, convivo permanentemente con la tentación. Coincidió el regreso de José Tomás y su actuación en Huelva con mi enésima –re- lectura de El verano peligroso de Hemingway. Un libro que nunca pretendió ser un libro como tal, que nació como una serie de reportajes, entre viajeros, emocionales y taurinos, de los enfrentamientos que protagonizaron Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez a mediados del pasado siglo. Hemingway, amigo/hermano de Ordóñez, nos cuenta intimidades del torero de Ronda, cómo reacciona a las cogidas, cómo administra el miedo, cómo se divierte, qué piensa de su profesión. Nos muestra al torero, sí, pero también al hombre que lo soporta. Andaba metido de lleno en la lectura del libro, El verano peligroso, y trataba de imaginarme una readaptación de la obra. ¿Podría escribirlo ahora Hemingway? ¿Existe, en la actualidad, una rivalidad como la que nos cuenta en su libro? ¿Siguen siendo interesantes las vidas de los toreros? ¿Conservan ese aroma del pasado que casi los convertían en nuestras estrellas más carismáticas? José Tomás, indiscutiblemente, tendría que ser uno de los grandes protagonistas si se produjera la actualización. En eso creo que la mayor parte de los aficionados estaríamos de acuerdo. Busquemos al rival.
Para muchos, ahora que hablamos de actualizaciones, José Tomás es una proyección en el presente de nuestro siempre vitoreado Manolete. De hecho, él mismo alimenta esta teoría con determinados comportamientos: empeñándose en torear en Linares cada año, alojándose en la misma habitación de hotel, ejecutando sus célebres “manoletinas” cada vez que el astado lo permite. Aferrándome a una teoría absolutamente personal, que sin duda contará con infinidad de detractores, jamás he contemplado a José Tomás como un nuevo Manolete. De hecho, creo que el torero madrileño admira de nuestro difunto paisano el “ser”, su leyenda, sus modos, su vida, el hombre. Manolete fue un torero mucho más “decorativo” y “decorado”, y que nadie trate de buscar un desprecio o una recriminación en este comentario, que José Tomás, que es mucho más escueto y conciso en su visión y exposición de la Tauromaquia. Aunque pueda parecer demencial o absurdo, entiendo que el mayor problema al que se enfrenta José Tomás es su perfección técnica. El Arte, como expresión, y la técnica, como definición, nunca han casado bien, en el sentido de que su ausencia lo empobrece y su dictadura, y me refiero al Arte, nos lo muestra tan frío como inaccesible e insustancial. José Tomás comenzó a engordar su leyenda el día que comprendió que el único elemento que podía “humanizar” su depurada técnica era el riesgo. O más aún: el miedo.
http://www.eldiadecordoba.es/article/opinion/1047084/su/verano/peligroso.html
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