Todavía, cada cierto tiempo, por suerte se está distanciando en el tiempo, sueño que regresa nuestra adorable, querida y rubia peseta, finiquitando esta europeísta época de céntimos y billetes de valores extraños y ampulosos. Puede ser que se trate de un sueño pueril el mío, no lo niego, pero es que aún no contamos con la posibilidad de ordenar, organizar y planificar nuestros sueños. Ya quisiéramos. Me temo que el sueño de la peseta cambiará en breve por el de la TDT que, de un día para otro, ha transformado mi mando a distancia en un incomprensible galimatías. Pulso el botón y aparece en la pantalla un episodio de Farmacia de Guardia de cuando Carlos Larrañaga era el galán español por antonomasia, cuando no un partido de polo o una vendedora escotada que nos ofrece, dos por el precio de uno, un infalible cuchillo de cocina. Ya sé que, tal y como sucedió con el Euro, nos han advertido, informado y casi preparado para la llegada de la TDT, pero son avisos que no tenemos en cuenta porque, como el treinta y uno de agosto o el siete de enero, no queremos que lleguen nunca y nos alivia sentirlos o creerlos instalados en la lejanía. Pero llegan, ya lo creo que llegan. Ya ha llegado. Los lingüistas nos alertan y advierten, cuando les dejan, que cada día le propinamos más mordiscos al lenguaje, que estamos reduciendo nuestro vocabulario hasta límites insospechados, que simplificamos, que hemos perdido el gusto por las palabras y sus posibilidades. Yo creo que el tema es todavía más serio y dañino, no es que estemos enanizando nuestro idioma, es que nos hemos empeñado en transformarlo en una especie de código Morse científico y escuálido, mediante la adopción de una sinfín de siglas, que en la mayoría de las ocasiones proceden de términos y vocablos anglosajones. Siglas que, como las modas, las estaciones o los números uno de los Cuarenta Principales, son fulgurantes durante un tiempo, hasta desaparecer en el olvido o, por el contrario, ya formar parte de nuestras vidas como si siempre hubieran estado a nuestro lado.
Las instituciones políticas o públicas, sindicales o benéficas, tal vez fueran la avanzadilla de esta era de las siglas, por la necesidad de contar en un poco un mucho. Una ideología, una idea, una definición, una historia, en cuatro letras. Este es el origen y gran propósito de la sigla estrella de los últimos años, el SMS, que todavía sigo sin saber lo que significa. El SMS que, por su parte, también ha propiciado un nuevo alfabeto rocoso y mínimo, siglas de un lenguaje que contiene una gran información y ningún respeto hacia el vocabulario. Escuchamos música o vemos películas gracias a aparatos que conocemos por sus siglas: VHS, DVD, CD, MP3, JPG, TFT, etc., etc. Siglas que cambian al mismo tiempo que avanza la tecnología. En este punto, no nos podemos olvidar de otra sigla de grandísima aceptación popular: GPS. Gracias a las calculadoras hemos olvidado las “cuatro cuentas”, gracias a la agenda de nuestro móvil ya no ejercitamos la memoria y gracias al GPS hemos comenzado a perder el sentido de la orientación. Un aparato curioso, habitualmente con voz femenina, con el que discutimos con frecuencia, poniendo en duda constantemente sus habilidades. Porque nos encanta poner a prueba a nuestro GPS, y así le indicamos que nos guíe hasta nuestra casa y disfrutamos con sus errores, exhibiendo un extraño machismo que bien merecería estudiarse por los especialistas de la psicología.
Las siglas, los SMS en concreto, nos hablan de una existencia reducida, comprimida, concentrada en lo mínimo, en lo indispensable. Tal vez esta era de las siglas sea la representación más gráfica y real de nuestras propias vidas, de esta desmedida ambición nuestra por la velocidad y lo concreto. Familiarizados con las siglas, nos entregamos a una extraña competición por poseerla todas, como si detrás de ellas se encontrara la definición más afrodisíaca y totalizadora del bienestar y de la felicidad. Nos dicen que el futuro, lo que vendrá, se esconde tras unas siglas, y puede que sea cierto, pero jamás renunciemos al valor y poder de las palabras. Palabras completas, frases encadenadas, que cuentan todo, todo, lo que somos y sentimos.
El Día de Córdoba
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