Si quisiéramos extender el mapa de la narrativa española del Siglo XX sobre cuatro puntos cardinales, no me cabe duda de que tendríamos que localizarlos en la obra de Valle Inclán, Camilo José Cela, Paco Umbral y Miguel Delibes. Cuatro autores que he devorado con pasión y pulsión lectora, con voracidad y alevosía. Cuatro autores que considero mis auténticos maestros, mis espejos, referencia y responsables de mi identidad como autor; la imposible pretensión de tantas horas entregado a sus palabras, atrapado por sus novelas. Autores que fueron cima y ruptura, vitaminas para nuestra Literatura e idioma, siempre sangre fresca, adrenalina, nuevos y elevados peldaños en la evolución narrativa. Ninguno de ellos, curiosamente, salvo en algún breve momento excepcional, fue un superventas, nunca los consideraron eso que se suele calificar como “fenómeno literario”. Es más, obras maestras que ya forman parte de la historia de la Literatura de este país, en sus primeros años apenas lograron agotar sus primeras ediciones. Las lecturas de los ciclos educativos han obrado el milagro. Cosas que pasan. Si tuviera que destacar una cualidad de Valle me decantaría por su descaro, de Cela su inconformismo, de Umbral su técnica y de Delibes su realismo. Porque no me cabe duda de que Las ratas o Los santos inocentes son de las más grandes novelas realistas que se escribieron durante el pasado siglo. Áridos campos de Castilla, la hambruna, el ingenio, la supervivencia, las extenuantes pruebas de vidas al borde de la nada. Un realismo que supo alargar y extender en la sombra de sus cipreses, en la pugna de sus príncipes destronados, en el reino de los desheredados, en todos y cada uno de sus apuntes de cazador de momentos, vidas y sus situaciones.
Cuando firmé el contrato que me vinculaba con mi actual editorial, una eléctrica emoción y, al mismo tiempo, un intenso pudor me inundaron. Pasaba a compartir editorial, editores, responsables de prensa, maquetadores, comerciales, etc, con los que han sido algunos de los escritores que más he admirado, que tanto me han enseñado, que me han mostrado El camino. Entre ellos, santo y seña de Ediciones Destino, Miguel Delibes, cuya carrera literaria siempre ha estado ligada, de manera indisoluble, a la editorial. No sólo por esta condición de “compañero” me ha sobrecogido la muerte de Miguel Delibes. Aunque supiera de su enfermedad, aunque tuviera en cuenta su edad, no quería asumir que perdía, que se iba, el que tal vez fuera mi último ídolo literario. Ídolo, modelo, icono, maestro. Un sentimiento que también me invadió con la desaparición de Cela y Umbral, en la misma medida, con semejante intensidad. Escribo de mí cuando me refiero a Delibes, y no es un ejercicio de vanidad, todo lo contrario: de sinceridad, de brutal sinceridad. A Delibes, a Cela o a Umbral les debo el descubrimiento de la Literatura, de la novela como un medio sobre el que proyectar un mundo, un universo, vidas y almas. Les debo ser lo que soy, buena parte de mi educación personal y cultural, semillas de una vocación, timón, rumbo, imán. Les debo más de lo que nunca les podré devolver.
Si tratáramos de buscar en la geografía de la narrativa española don centros neurálgicos donde mejor y con más transparencia se nos ha mostrado el amor, no me cabe duda de que un punto se localizaría en Mortal y rosa de Umbral y otro, indiscutiblemente, sobre Señora de rojo sobre fondo gris de Miguel Delibes. Obra cumbre, retrato elíptico y maravilloso del mundo de las emociones; palabras que son sensaciones, que acarician o escuecen, imaginería literaria cubierta por una piel que roza el alma del lector. Vuelvo a leer la novela durante estos días y de nuevo contemplo la herida, el testamento en vida, el fin, el desgarro, el dolor y, muy especialmente, el amor, por encima todo; el amor que todo lo puede. Amor de un escritor, Miguel Delibes, que amó la Literatura, a las palabras, como a esa mujer en rojo que consiguió escapar del abismo teñido de gris. En casos similares lo solemos repetir, pero no es un argumento inocuo, en esta ocasión: Miguel Delibes no ha muerto, su voz, su obra, su inmensidad, siempre permanecerán a nuestro lado.
El Día de Córdoba
2 comentarios:
Magnífica columna, Salvador, es un homenaje precioso... En cuanto a eso que dices de que no fueron "fenómenos" literarios y que algunas obras maestras tardaron en agotar su primera edición, creo que la razón está en la estupidez patria; la misma, por cierto, que impregna las decisiones de algunos jurados de eximios criticoides andaluces...
Abrazos
Gracias José Luis por tus palabras, y, sobre todo, por ser como eres. Un gran abrazo
espero que nos veamos pronto¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
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