No cabe duda de que la adolescencia es una época de profundas y convulsas transformaciones, una época complicada y, al mismo tiempo, fundamental en nuestra construcción personal. La arcilla sobre la que nos modelamos comienza a adquirir una forma determinada, una forma que se asemeja, en gran medida, a lo que seremos en el futuro. Arcilla, muy blanda en demasiadas ocasiones, expuesta constantemente a los días y sus cosas.
Mircea Eliade, el célebre historiador de las religiones nacido en Bucarest en 1907, no se acerca hasta esta etapa de la vida desde la distancia de la edad adulta o aplicándose en la memoria, no. Mircea Eliade se sumergió en la redacción de La novela del adolescente miope cuando tenía 17 años. “No necesito inspiración; tan sólo tengo que escribir mi vida”, sentencia Eliade en el comienzo de su obra.
Eliade, convertido en personaje principal de su novela, nos abre las puertas de su interior, y lo hace sin evitar los rincones oscuros, sin amplificar sus virtudes y sin esquivar aquellos asuntos que podrían entenderse como lastimosos o dañinos. Es un joven feo y miope que se siente un extraño en este mundo, permanentemente desubicado, por lo que decide entregarse a la redacción de “su” novela con el único propósito de sobresalir y lograr, de este modo, desde su tronera intelectual, el respeto, aceptación y admiración de los que le rodean.
La editorial Impedimenta ha tenido el gran acierto de complementar la edición de La novela de un adolescente miope con Gaudeamus, que puede entenderse como la continuación vital de la primera, ya que se narran las vivencias de Eliade durante sus años juveniles, como estudiante de Filosofía en la Universidad de Bucarest. Cabe entenderse, pues, una y otra como una sola obra, en la que podemos conocer, de propia voz, el andamiaje personal e íntimo de Mircea Eliade.
Alterna Eliade en la redacción de su obra pasajes que reproducen situaciones propias y comunes de la adolescencia y juventud, con otros en los que se aborda este importante periodo vital desde la profundidad de quien la vive y, a ratos, la padece. Y en todo momento, con una sinceridad extrema que se aleja de cualquier manifestación de complacencia. Eliade no teme mostrarse, no esconde sus miedos, sus ilusiones, sus frustraciones, que son numerosas y algunas de ellas de considerable dimensión y que nos sirven para mejor comprender la trayectoria y obra de este intelectual rumano.
Tanto en La novela de un adolescente miope como en Gaudeamus encontramos algunos de los rasgos más significativos del Eliade adulto: firmeza en las convicciones, disciplina por encima de las propias apetencias, el reto de la intelectualidad como un modo de estar en el mundo. Una intelectualidad que ya es una evidencia en un joven de diecisiete, capaz de construir una obra como la reseñada, sobresaliente en todos y cada uno de sus aspectos.
Revista Mercurio
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