Si usted todavía no ha oído hablar de este milagro alimenticio, no lo creo, yo se lo cuento. Las bayas del Goji son una especie de cerezas que crecen en el Tibet, a cuatro mil metros de altura. Cuentan que es una fruta tan delicada que nada más ser arrancada de la rama cambia de tonalidad, su rojo característico se convierte en un parduzco morado cardenalicio; tan delicada que no soporta el contacto con la mano humana. Y es que hay manos y manos, digo yo. De ahí que nosotros las consumamos en su versión arrugada y diminuta, que es también su versión más asequible económicamente o en zumo, que es una versión muy cara. Cuentan que las bayas del Goji se utilizan como remedio ante males y enfermedades desde hace miles de años, pieza esencial de la medicina tibetana y china. Porque este pequeño y preciado fruto cura o impide que te afecten la mayoría de las enfermedades; entiendo que es más corto y concreto contarlo así, ya que si nos ponemos a enumerar todas sus ventajas y cualidades no tendría espacio suficiente y tal vez tendría que invadir varias páginas vecinas para conseguirlo, y no es esa la cuestión. Si tenemos en cuenta la leyenda del Goji, si la aceptáramos como una realidad, podríamos plantearnos, con toda razón, que sería más práctico cerrar hospitales y facultades de medicina, por ineficaces, y cultivar este fruto en cuantas extensiones agrarias fueran posibles. Adiós trigo, olivos y girasol. Lástima que sólo crezcan a cuatro mil metros de altura, delicadillas ellas.
Y es que este fruto, que la mayoría tomamos en su formato desecado, parece una guindilla de las que le echamos a los caracoles, no es que cuente con propiedades antioxidantes, es que es bueno para el corazón, el hígado, riñón, pulmones, piel, vista, estómago y hasta, según dicen, para aumentar nuestra potencia sexual, que es un tema del que no nos gusta hablar en público y que puede llegar a generar más conflictos de los que uno se imagina. Eso, al menos, es lo que me cuenta un amigo, que siempre es bueno tener un amigo que te cuente estas cosas. ¿A qué saben? No están malas, no son un atentado contra nuestro paladar –cosas peores habremos probado-, pero tampoco son una delicatessen, aunque en cuestión de gustos, pues eso, como colores. A lo que iba, cada mañana, nada más abandonar la cama, me dirijo a la cocina y del tarrito extraigo veinte o treinta bayas del preciado fruto, con la esperanza de que sus vitoreadas bondades se cumplan en mi organismo. Y la verdad es que empiezo a notar los efectos, o eso creo, tampoco les puedo ofrecer argumentos analíticos/médicos que avalen mi afirmación; es una intuición. Como muchos, parto de una reflexión tan simple como extendida, mal no me pueden hacer estas diminutas bayas y si es verdad lo que cuentan, eso que salgo ganando. Una reflexión similar, con una alta dosis de amargura y desesperanza, será la que empuje a todos aquellos que padecen una enfermedad grave o incurable cuando deciden ponerse en manos de sanadores, curanderos y demás fauna.
Bayas de Goji, zumo de papaya, prebióticos a granel, Botox, cirugía, Pilates, oxígeno en cápsulas, concentrado de ozono y lo que haga falta, ya no es que queramos vivir más años, que es una aspiración lógica, razonable y legítima, es que pretendemos ser jóvenes, más jóvenes, el mayor tiempo posible; olvidar lo que nos recuerda el DNI y soplar menos velas cada año. Ya no queremos que la juventud sea esa etapa de transición entre la infancia y la vida adulta de las que nos hablaron los sociólogos, no, pretendemos y nos entregamos para llegue a ser la etapa más estable y duradera de nuestras existencias. Pero los años pasan y las etapas se suceden, y tal vez lo más inteligente sea asumirlas en su integridad, disfrutando de sus ventajas, minimizando sus inconvenientes, contemplando los cambios como el envoltorio de esa caja de sorpresas en la que se puede transformar nuestra vida. Más allá de los daños colaterales, de los escudos, de las defensas, de los miedos, el reto es vivir, vivir intensamente, cada minuto, cada segundo que nos quede. Que las bayas del Goji son más que una leyenda o una estrategia publicitaria, eso que saldremos ganando.
El Día de Córdoba
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