Ahora que una amplia mayoría se encuentra de vacaciones, disfrutándolas de las más diferentes maneras, me puedo atrever, sin ocasionar daños a terceros –durante un tiempo estos daños se llamaron colaterales-, a analizar esas propuestas estivales que cuentan con tanta aceptación por miles de viajeros/turistas/veraneantes. Para comenzar, esa modalidad en auge, con ofertas al alcance de cualquier bolsillo, y que cada día cuenta con un mayor número de adeptos –a pesar del Titanic y su versión cinematográfica-: el crucero. Empezaron siendo una opción vacacional muy cara, sólo para unos cuantos elegidos, pero en los últimos años, gracias a una ampliación considerable de la oferta y de los destinos, ya son miles los usuarios que escogen un barco, un descomunal barco, para pasar sus vacaciones. De hecho, el crucero se ha convertido en el viaje estrella entre los recién casados, que embarcan entusiasmados con sus maletas de estreno y sus alianzas relucientes. Las Islas Griegas, el Caribe o, incluso, el lejano Oriente ofrecen las touroperadoras de todo el mundo. Cruceros, como les decía, adaptados a las posibilidades económicas de una amplia mayoría. Eso sí, tengan en cuenta, sobre todo los novatos, que los camarotes más asequibles te convierten durante unos días en discípulo del difunto Capitán Cousteau, o en primo hermano de la Sirenita Ariel, ya que gozará de unas “alucinantes” vistas de las profundidades marinas, así como de la banda sonora de los motores que ponen en marcha los colosales navíos. Eso sí, la sensación de submarino sólo la tendrá mientras esté en el camarote, ya que podrá disfrutar de las mismas ventajas y servicios que el resto de tripulación cuando ascienda al exterior. Miento, salvo las ventajas de los ocupantes de la Zona Vip, porque en los cruceros, como en todo en esta vida, hay Zona Vip.
Entre las numerosas atracciones de los cruceros podemos encontrar: magos pluriempleados que la noche siguiente pasan a ser monologuistas o bailarines, cine, bingos, perdón casinos, interminables menús internacionales, y, sobre todo, la cena de gala. No hay crucero sin cena de gala, y eso se lo advertirán con todo lujo de detalles en su agencia de viajes. Por lo que habrá de soportar el desplazamiento hasta su llegada al barco aguantando el guardatraje que protege la prenda reservada para tan excelso momento. Y llegado el momento usted comprobará que la cena de gala se podría haber llamado de mil maneras distintas, y que la etiqueta en muchas ocasiones se disfraza bajo un bañador o bajo unas bermudas, o, peor, en una camiseta comprada en un tenderete en el centro de Roma. El crucero se puede entender como un destino de ocio, pero de turismo, entendido como una forma de viajar por la que se conocen nuevos lugares, no exactamente. Les explico, el barco se detendrá en tal o cual puerto, y les dirán: cuentan con tres horas para conocer Roma, Atenas o La Habana. ¿Tres horas? Sí, tres horas, que bien aprovechadas dan para mucho. Sin embargo, las excursiones provocan los primeros momentos de tensión entre usted –su pareja- y sus nuevos amigos. Porque todo crucerista que se precie al segundo día de travesía ya ha intimado con una o dos parejas con las que comparte buena parte de sus horas. Y claro, mientras en el barco las opciones son limitadas: ¿cuántas cervezas me tomo, bingo o cine, a qué hora cenamos?, la vida real en tierra firme te genera otra clase de disyuntivas: ¿el Vaticano o el Circo, nos vamos a ir sin comprar en el Zoco? Muchas parejas, instaladas en su felicidad náutica, optan por rechazar las siguientes excursiones y pasar más tiempo disfrutando de sus nuevas amistades.
En esto de las amistades, créanme, los cruceros han sustituido con creces al extinto Servicio Militar. Ya apenas se escuchan conversaciones sobre ese sargento chusquero que confinó a los maridos en una garita polvorienta, mientras las esposas se aburrían de lo lindo, no, se acabó, se han democratizado e igualado los recuerdos, y ahora es fácil encontrar a un grupo de parejas rememorando, ellos y ellas, las circunstancias que les rodearon cuando se conocieron en aquel crucero por las Islas Griegas o por Turquía. Las discotecas de los cruceros son escenario de grandes momentos, donde la voz de Katy Perry puede mezclarse con la de Paquito El Chocolatero, para deleite de jóvenes, adultos y no tan jóvenes. Y es que lo cruceros, por suerte, no entienden de edades.
El Día de Córdoba
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