En
la pantalla, mientras comienzo a escribir este artículo, Apocalipsis Now, esa obra maestra, una más, de Francis Ford
Coppola. La voz del coronel Kurtz
resuena a través de un eco infernal, mientras un jovencísimo Martin Sheen
contempla su fotografía. Una imagen en blanco y negro, de un apuesto Kurtz,
previa a su transformación. Un Harrison Ford, sin canas y sin arrugas, y sin Chewbacca a su lado, escucha atento. A ratos el lado oscuro se impone al lado
claro. Todos los hombres tienen su límite de resistencia. Coppola tal vez
sea el primero en filmar el infierno de la guerra en su primera esencia, dentro
del terror mismo. Hasta entonces, la guerra filmada era una sucesión de héroes,
batallas, orden, disparos, victorias y derrotas, malos y buenos, pero no
sentíamos, no contemplábamos, el miedo, el pánico, de las personas que tomaban
parte. Coppola nos lo enseñó. El miedo del joven que no quiere descender del
helicóptero, no quiero ir, grita,
desolado. Ese mismo miedo, loco, descontrolado, insano, lo volvimos a
contemplar en Platoon, la película
con la que Oliver Stone nos abrumó. Una película fuera de tiempo, cuando ya
creíamos haber visto todas las películas posibles sobre Vietnam, ese infierno,
ese corazón de las tinieblas que Conrad nos contó y Coppola interpretó. Más
allá de la fuerza física o armamentística, la guerra mental, psicológica, las
fronteras que nunca nadie debería cruzar y que la guerra te empuja a hacerlo. Spielberg,
especialmente en esos apoteósicos minutos iniciales de Salvar al soldado Ryan, nos trasladó de nuevo al borde del abismo,
a ese punto en el que el hombre, cualquier hombre, ya no respeta nada, ni a él
mismo. Hombres sacudidos por el miedo, que vomitan, que no controlan a su
propio organismo, antes de participar en una orgía de sangre, explosiones,
cuerpos y muerte.
Este
2020 ha comenzado trayéndonos otra formidable, pero también cruda, por real y
nítida, reconstrucción de lo que supone la guerra, sin tener en cuenta los
contendientes, las motivaciones, los derrotados y los vencedores. Dirigida por
Sam Mendes, 1917 es una épica
producción en la que volvemos a encontrarnos con el conflicto armado al
natural, con todas sus miserias y miedos, en esta ocasión recuperando la Gran
Guerra, que con toda seguridad es el episodio bélico que menos hemos podido
contemplar en la pantalla, a pesar de aquella obra maestra de Kubrick, titulada
Senderos de gloria. Y para dotar de
mayo realismo a su historia, se vale Mendes de un falso plano secuencia, a modo
de cámara omnisciente, o cámara que abarca todos y cada uno de los ángulos
posibles, que emplea como narrador excepcional. Pero no solo no encontramos en 1917 la aspereza de la guerra, también
el valor de la amistad, la ironía de las ideologías como elemento de
confrontación y esa capacidad humana, escondida, como si fuera nuestro airbag salvador, para enfrentarnos y
superar hasta las circunstancias más dramáticas, más allá del límite de nuestra
resistencia. Magistralmente interpretada, con un ritmo que nunca decae, y con
una banda sonora que te acongoja, 1917
ingresa en la nómina de las grandes películas bélicas. Películas que, en la
mayoría de las ocasiones, tal y como le sucede a la que comentamos, esconden un
claro y contundente mensaje antibelicista.
Me
llama mucho la atención la publicidad de 1917,
en la que se puede leer: del director de Skyfall.
Eso es como publicitar el nuevo disco de U2 y anunciarlo como “de los creadores
de Songs of the experiencie”, que es
uno de sus trabajos más mediocres, y obviar títulos como War o Achtung baby, que
tal vez sean la cúspide su trayectoria. Porque San Mendes ya nos ha ofrecido
películas tan deslumbrantes como American
Beauty o Camino a la perdición. 1917 lo apuntala, indiscutiblemente, en
la cima de la cinematografía mundial, mostrándonos a un director inconformista,
arriesgado, que va de un género a otro, con la suficiente maestría para
acomodarlos a su propia concepción. 1917,
como Joker, como Historia de un Matrimonio, como Parásitos,
El irlandés o Dolor y gloria, es
también la confirmación de un excelente año cinematográfico, en el que muchos,
me incluyo, nos hemos reconciliado y regresado a las salas de cine.
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