No es agradable volver a escribir sobre violencia de
género a finales de noviembre, un mes de noviembre más, porque eso supone que
más mujeres han sido asesinadas en lo que va de año. 40 mujeres asesinadas. Y
comencemos por el correcto uso de las palabras. No muertas o fallecidas, no, la
palabra correcta es asesinadas. Y es que me temo que el lenguaje es muy
importante en todo lo concerniente a la violencia de género. Hablemos con
claridad y, sobre todo, empleemos las palabras y, muy especialmente, los verbos
correctamente. Durante siglos, sí, siglos, la palabra, verbo, que acompañó a la
violencia de género fue el de aceptar, ya que se entendía que formaba parte de
la normalidad en las relaciones entre hombres y mujeres. Era normal que
sucediera, y sucedía, con total impunidad, además de vivir en el ostracismo,
completamente invisibilizadas, tan solo empleadas en la crianza y cuidado de
sus familias, las mujeres eran maltratadas con absoluta normalidad. Los tiempos
cambiaron, pasaron los siglos, muchos, situémonos en el Siglo XX, y el maltrato
de las mujeres por parte de los hombres comenzó a ser “mal visto”, al menos
públicamente, aunque eso no supuso que cesase. Hubo un cambió de verbos,
simplemente, y la sociedad en su conjunto ignoró, olvidó, escondió o eludió la
violencia de género. Todos sabían que esa mujer que aparecía con un ojo morado
en la panadería explicando que se había dado con el pomo de una puerta estaba
mintiendo y que en realidad había recibido una paliza por parte de su marido. A
la vergüenza por lo que le había sucedido se le unía la vergüenza por lo que
los demás sabían. El reconocimiento de la violencia hacia las mujeres derivó en
una sospecha continua hacia las mismas, y comenzó a extenderse el repugnante
“algo habrá hecho”, y también empezó a elaborarse esa irracional teoría, mil
veces cantada, que relacionaba los celos, la posesión y la violencia con el
amor. Y nada puede estar más lejos del amor.
Es mérito de las mujeres, esas mujeres valientes y osadas
que se atrevieron a hablar y a reivindicar el feminismo a finales de los año
setenta, el que comenzara a denunciarse la violencia de género, aunque siguiera
sin denominarse de esa manera. Pero esas misteriosas muertes de mujeres, se
culpaba con frecuencia a los celos, qué cosas, comenzaron a calificarse como lo
que realmente son: asesinatos. Tuvimos que esperar a los años noventa, a la IV
Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing, en 1995, para escuchar la
definición, que terminó de ser acuñada y extendida por la ONU unos años
después, en 1999. Fecha desde la cual el 25 de noviembre, en buena parte del
mundo, todavía hay países en los que la violencia contra las mujeres es una
práctica habitual y permitida, se conmemora el Día Internacional Contra la
Violencia de Género. Un día en el que todos, la sociedad en su conjunto,
deberíamos avergonzarnos cuando volvemos a escuchar esas cifras que son
sencillamente aterradoras. Cifras que, tras cada número, esconden decenas de
historias de miedo, sumisión, salvajismo, maltrato y violencia. Y muerte.
Avanzamos cuando hace unos años comenzamos a
denunciar y a repudiar públicamente la violencia de género. Le sacamos una
tarjeta roja. Y gracias a eso, porque ya no se sintieron tan solas, muchas
mujeres se atrevieron a denunciar la pesadilla en la que se había transformado
sus vidas. Avanzamos, sí, pero hay que dar un paso más, que tal vez sea el
definitivo... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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