Que somos una especie de camaleones culturales-sociales no
hay quien lo niegue. Nos bastan dos anuncios, tres comentarios y un levísimo
empujón para disfrazar a nuestros hijos en Halloween, tragarnos una cola
con sirope de lo que sea que sabe más mal que bien o lanzarnos a comprar lo que
sea porque ha llegado el Black Friday. Sí, somos así. Y festejamos San
Patricio como si hubiéramos nacido en Dublín, comeremos lentejas en Nochevieja
si se tercia y acabaremos celebrando el Día de Acción de Gracias. Pobres pavos,
que los pocos que hayan sobrevivido a la Navidad ya cuentan con otra fecha para
pasar un mal rato. Somos así, no lo podemos evitar, tampoco lo intentamos
mucho, más bien, o casi nada, es la verdad. ¿Usted se imagina a neoyorquinos devorando
bocatas de tortilla de patatas o flamenquines por la calle o una churrería a
orillas del Támesis, se lo imagina? Yo, no. Con el lenguaje, pues tres cuartos
de lo mismo, abandonamos nuestras propias palabras, las arrinconamos en el
rincón más oscuro, y adoptamos con alegría las que nos llegan de fuera. Y todo
tiene traducción, o casi todo. Con lo bien que suena mercadotecnia, que hasta
rima con hernia. Y no le reprochemos nada a la publicidad, a la influencia de
los medios, que también tratan de influirnos con otras cosas y no caemos en sus
redes, somos receptivos con lo que queremos. Los más acogedores del mundo
mundial con lo de fuera, ya ves tú, que no tarda nada, ni cinco minutos, para
sentirse como en su propia casa. Ahora es el Black Friday, ya pasó, ya
lo gastamos, ya lo pronunciamos y visitamos, y hasta encontramos ese chollo con
el que nos engañó la etiqueta rectificada. Viernes Negro se llama el evento en
cuestión, que yo creía que eran los viernes 13, pero no, que se trata de
rebajas, de gangas que no podemos dejar pasar.
Y ya les aviso, por si no lo saben, aunque creo que lo sabrán, claro,
que tras el Black Friday llega el Cyber Monday, o Ciber Lunes,
que ni el propio Kubrick podría haber titulado mejor, y que es el gran día de
compras a través de Internet, venga, anímese, que estamos a tiempo. Pero escoja
una forma de pago segura, que cualquiera sabe quién se esconde tras la pantalla
y el teclado. Si uno lo investiga un poco, tampoco hay que escribir una tesis,
esto del Viernes Negro surgió en Filadelfia, sí, de donde era originario el Príncipe
de Bel-Air, ni más ni menos, a modo de respuesta para remontar
comercialmente el día posterior a Acción de Gracias. O sea, aunque ya ha
gastado bastante, gaste un poco más, ya puestos, por un día más tampoco va a
pasar nada, más o menos podría ser la reflexión. Por lo que, en realidad,
nuestro Black Friday debería celebrarse pasada... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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