Suena el despertador, el café recobra su aroma, las cartas en el buzón: facturas, publicidad de pizzas, electrodomésticos. Nuestras pisadas en la arena de la playa ya se han borrado, se las llevó esa ola que no sentimos en los tobillos. Los asientos que nos cobijaron se han acostumbrado a nuevas formas, a otros pesos. Las risas, las conversaciones, las miradas, un nuevo sabor, permanecen en nuestra memoria, y tal vez sobrevivan el paso del tiempo y sus olvidos. Los kilómetros han crecido en nuestro contador, la carretera, el cielo, pasos decididos. Un breve trayecto en bicicleta también es viajar, claro, no es cuestión de distancias. Quisimos raptar esa bella imagen que nos sorprendió tras una valla publicitaria, cuando menos lo esperábamos. Las costuras de los asientos transportan polizones de nuestros viajes, en los bolsillos resguardos que creíamos perdidos, las maletas respiran aliviadas. Se sintieron protagonistas, queridas, cuando las devolvimos a la luz y hoy suspiran retornar a su hibernante y sosegada oscuridad. Regresamos sobre nuestros pasos, tal vez nunca fuimos a ningún lugar, pero de alguna manera dejamos de estar, con la rutina, con los bostezos, con lo que sea. Ni el detergente ni la lavadora conseguirán eliminar algunas manchas, fortuna o desgracia, según el tipo de mancha. Septiembre, la palabra, la cita, el concepto, ha sido el elemento a esquivar en el pasado reciente, pero ya está aquí, una realidad que nadie podrá obviar. Es el presente, es ahora, llega.
Convencernos de que no regresa la misma persona que se fue puede ser una buena terapia, de cara a este tiempo que nos gustaría calificar como nuevo. Tiempo conquistado. El poder de transformación nos avala en nuestra capacidad de autogestión, de que somos los protagonistas de nuestras vidas y que, para bien o para mal, podemos recorrer el camino con las manos en el volante y el pie en el acelerador –o en el freno-. Confirmar, incluso sospechar, que no formamos parte de una excursión organizada con el itinerario trazado de antemano, que desconocemos cuál es el final del camino, si es que tiene final este extraño camino nuestro. Aunque no los cumplamos, aunque nos cuesten, aunque sean mentira desde su origen, los propósitos de enmienda nos regeneran como seres humanos. Adiós tabaco, más ejercicio, una dieta más saludable, más esmero, más tiempo dedicado a la familia, más paciencia, más amor, más belleza, buscar nuevas aficiones, más inquietudes, puede que comenzar una colección –temporada dorada para las colecciones, en cómodas entregas semanales-. El simplemente intuir que somos capaces de alcanzar algunos de nuestros objetivos ya forma parte de la victoria. Asumir que siempre somos lo que somos, lo que fuimos, y que nunca seremos lo que pretendemos es una condena que te esclaviza a no intentarlo, que te maniata y que puede llegar a engullirte, superado por una vida que te devora. Queremos y podemos, lo intentamos. Encontrar el equilibrio, aceptar la realidad y formular nuevas propuestas, debería ser la garantía de una vida plena, confirmar que somos y seremos. Dicen que el amor que triunfa es el que se acostumbra a convivir con la rutina, aunque puede que el verdadero amor no forme parte de la rutina, que su magia consista en eso, precisamente. Teorías para desafiar al tiempo y sus fechas.
Septiembre tiene mucho de insatisfacción, de permanencia de lo cotidiano, sobre todo en los días previos, cuando contemplamos su amenazante sombra tras agosto, pero también encierra su interior una insinuación de esperanzadora novedad. Un nuevo ciclo, un punto de partida tal vez. Defiendo con uñas y dientes los propósitos de enmienda, y septiembre sabe mucho de eso, porque, los cumplamos o no, gracias a ellos podemos revisarnos y resituarnos, imaginamos nuevos caminos que sólo el tiempo nos dirá si los hemos recorrido o no. A lo mejor estas divagaciones mías sólo son una tirita, un placebo, un consuelo ficticio e irreal que no consiguen cumplir con su verdadero cometido: aceptar la realidad, que llega septiembre, que volvemos, regresamos, aunque nunca nos hayamos ido. No demos tantas vueltas sobre lo inevitable. Aquí estamos, y sentimos que lo seguiremos estando, que a buen seguro es la expresión menos valorada y más rotunda de nuestro particular triunfo. La correspondencia no se amontona en el buzón.
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