
Un Suzuki blanco recorre con precisión las tumultuosas y laberínticas calles de Islamabab. Aunque su conductor no es nativo, demuestra un conocimiento escrupuloso de la ciudad. Esquivando cualquier atisbo de rutina, cada día cambia de recorrido, nunca se detiene en los mismos comercios, no mantiene relación alguna con los vecinos. Dos años antes, en Guantánamo, un preso afgano no soporta la tensión de meses de interrogatorio y desvela la identidad de un mensajero, de un hombre fiel y de absoluta confianza, de Osama Bin Laden. Lo sitúa en la capital de Pakistán, donde ejerce de puente entre el líder de Al Qaeda y el exterior. La confesión sorprende sobremanera a los agentes de la CIA, nunca jamás antes, en los años de intensa búsqueda, desde los atentados del 11 de septiembre, nadie les había proporcionado una información tan certera y cercana a Bin Laden. De ahí la desconfianza inicial. Sin embargo, las primeras comprobaciones sobre el terreno apuntan a que buena parte de lo narrado por el preso sea cierto. Meses después de ardua búsqueda y de extremar las precauciones, los agentes infiltrados descubren que el Suzuki blanco entra en una hacienda, fuertemente custodiada, rodeada por gruesos muros de cemento, a sesenta kilómetros de la capital pakistaní, en Abbottabad. Los agentes desplazados, con ayuda de los satélites espías y de nuevos refuerzos, comienzan a vigilar el recinto. Una semana después, dos circunstancias, especialmente, llaman la atención de los agentes: la ausencia de aparente actividad y el nauseabundo olor que escapa cada mañana desde el interior.
Barack Obama pide un café solo, sin azúcar, y Hillary un té, con una rodaja de limón. Se encuentran en una pequeña sala, junto a Biden y varios militares del Estado Mayor. Todos miran hacia una pantalla que les muestra unas difusas imágenes que parecen querer escapar de las interferencias. En el momento álgido, los integrantes del helicóptero entran en la fortificada hacienda, la comunicación se interrumpe. Tras unos minutos de gran tensión, pueden escuchar una voz que grita: Gerónimo EKIA. Como cada mañana, Linda conecta su ordenador personal y comprueba si ha recibido algún correo electrónico. A continuación, mientras aguarda que el café se instale en la parte superior de la cafetera, pincha la ventanita del New York Times. La noticia ocupa toda la portada del diario digital: Bin Laden ha muerto. Nancy, durante un instante imperceptible, es invadida por un extraño y desconocido sentimiento, algo así como una desconcertante alegría. A continuación, como un arco iris de sentimientos, la rabia, el dolor, el desasosiego, la melancolía, fluctúan en su interior. Quiere gritar y llora, le gustaría saltar y se encoge sobre el sofá. Recobrada en parte la calma, toma el café de un trago, trata de llamar a alguien que comunica y, por último, busca las fotografías de sus padres y Pablo en un cajón. Se introduce de nuevo en la cama, necesita soñar con una vida diferente, con un mundo diferente. Sueña.
1 comentario:
Enhorabuena por este relato, Salvador, me parece magnífico.
Un abrazo
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