Indiscutiblemente, en algunos productos que se esconden bajo el disfraz del Low Cost hay mucho de Low y muy poco de Cost, en tanto que lo ofrecido es tan bajo de calidad que en realidad el precio pierde importancia, porque pagas su precio real. Es lógico que sea más barato porque es más malo. No obstante, en determinadas ocasiones también podemos encontrarnos con justamente lo contrario. Las denominadas marcas blancas de las grandes superficies nos pueden deparar alguna que otra sorpresa. De hecho, ya se ha instalado entre nosotros una especie de leyenda urbana sobre los verdaderos fabricantes de determinados productos. Y rebuscamos en las etiquetas las direcciones de donde proceden las galletas, la leche o la mantequilla. Muchas marcas, especialmente automovilísticas, han lanzado otras de inferiores precios y, por tanto, de inferiores prestaciones. En este sentido, el Low Cost te permite elegir, adquirir algo en consonancia con tus necesidades, ya que habrá alguien que necesite viajar sobre un asiento de cuero y con climatización automática y haya quien considere que para los cuatro viajes que hace al año con tener un volante y cuatro ruedas le vale. Volvamos al apaño.
Los informativos del pasado fin de semana nos informaban de la iniciativa llevada a cabo en Barcelona por un buen número de restaurantes y hoteles de los denominados lujosos, y por tanto caros, que han ofrecido buena parte de sus servicios durante unos días a la mitad de precio. Pase una noche en esa suite que sólo ha podido contemplar en las páginas de una revista de decoración o deguste esos sofisticados –y normalmente mínimos- platos que sólo ha visto por televisión. Según un portavoz de los empresarios del sector, ha sido un auténtico éxito, han tenido un altísimo nivel de ocupación, superando todas las previsiones. Este éxito debería servir como ejercicio de reflexión, tanto para los clientes como para los empresarios. Una reflexión a ratos dura, por demasiado sincera, ya que nos puede mostrar realidades no deseadas, y me estoy refiriendo a los excesivos márgenes de ganancia que se han incluido en determinados productos durante demasiado tiempo. Pero la fiesta terminó, el metro cuadrado comienza a costar algo aproximado a la realidad, las hipotecas ya no te las regalan por llenar de gasolina el depósito de tu automóvil, son otros tiempos, nuevos tiempos, de larga resaca, pero es que la fiesta acabó en una borrachera de coma etílico. Dicen que las crisis económicas cuentan con dos grandes cualidades, algo bueno tendrían que tener, digo yo. Por un lado, actúan como filtro selectivo y sólo respetan a aquellas entidades o productos que poseen un sólido armazón económico y financiero, y que cuentan con la reserva de “alimento” suficiente para superar los días de ayuno. Por otro, todos aquellos que son capaces de diseñar una buena idea, empresarios y emprendedores imaginativos con las luces largas en buen estado, convierten las crisis, ésta y cualquier otra, en una oportunidad, en el momento idóneo para asaltar el mercado y ocupar espacios que han quedado vacíos o desfasados. Y así andamos, abrazados al Low Cost y a lo que haga falta, con la esperanza de que la cosa se ponga blanda.
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