No recuerdo un despliegue comunicativo de tal dimensión, una expectación social tan multitudinaria, ante la aparición de una novela. Una novela que cierra una trilogía y que se ha convertido en un fenómeno sociológico –me atrevería a decir- en buena parte del mundo, y muy especialmente en nuestro país. Creo que no es necesario dar más pistas, esta pasada semana ha llegado a las librerías la tercera entre de Millennium, La reina en el palacio de las corrientes de aire, del fallecido Stieg Larsson. Nuevamente un título extenso, que en teoría contradice las leyes del mercado –la excepción que dicen se da en toda regla-, nuevamente una maravillosa portada de Gino Rubert y de nuevo nos volvemos a encontrar con Lisbeth Salander en Lundagatan, que ya no es sólo el nombre de una calle cualquiera en un barrio de clase media en Estocolmo; gracias a la Literatura y a Millennium se ha convertido en un espacio mágico, en un punto de la geografía de los sueños y de la imaginación. Un punto de la geografía real que este verano registrará un importante y considerable aumento de visitantes, ya que se ha establecido una especie de “ruta Larsson”, en donde sus lectores tienen la oportunidad de caminar y contemplar los lugares que aparecen en la celebérrima trilogía. Una curiosidad más para entender el poderoso magnetismo que las novelas de Larsson consiguen ejercer sobre sus adeptos. Como escritor, he de reconocer que estos fenómenos me emocionan, me fascinan, sobre todo cuando parten de una apuesta por la Literatura, que tal vez sea la gran diferencia de Larsson con buena parte de los denominados bestsellers.
El otro día me comentaba un amigo que conoció a Stieg Larsson gracias a esta columna. En esa misma columna, hace ya más de un año, me atreví a pronosticar que Los hombres que no amaban a las mujeres se convertiría, sin la menor duda, en la novela del año. Empiezo a creer que me quedé corto. En realidad, en mi columna no hice más que trasladar las sensaciones que me reportó la lectura de la novela, que tuve la oportunidad de leer días antes de llegar a las librerías. De hecho, tuve constancia de la obra de Stieg Larsson meses antes, gracias a que compartimos editorial y editora, Silvia Sesé. “He conseguido los derechos de unas novelas que en Francia parece que van a funcionar muy bien”, me dijo. Los hombres que no amaban a las mujeres no llegó a las librerías españolas precedida de una amplia campaña mediática, no; no existieron grandes presentaciones, no se empapelaron vallas publicitarias con la imagen de la sugerente portada, funcionó como nunca eso que llamamos “boca oreja”, la recomendación del amigo, del compañero de trabajo, del familiar, del librero. ¿A qué es debido el fenómeno de Larsson, qué nos ofrece para que cada vez seamos más lo que exaltamos las virtudes de su obra? Después de darle muchas vueltas, creo que el éxito de Millennium reside en que lo abarca todo, es un universo literario con todo lo que eso conlleva. Todos los temas que nos afectan, el miedo a la soledad, el amor/desamor, la ambición, la muerte, envueltos en una trepidante y actualísima intriga, están presentes en estas novelas.
Y, sobre todo, es Millennium una obra de grandes personajes, que ya han quedado para la historia de la Literatura. No me cansaré de repetirlo, la figura de Lisbeth Salander ha creado un nuevo prototipo de mujer, a modo de guerrillera feminista tecnológica con una infinidad de matices y sombras que la convierten en un ser tan deslumbrante como extraño. Sin olvidarnos de Mikael Blomkvist que, partiendo de modelos que todos tenemos en la cabeza, Larsson fue capaz de transformar en un nuevo prototipo de héroe moderno, progresista, con una alta sensibilidad social y sutil agudeza detectivesca. Con La reina en el palacio de las corrientes de aire culmina la trilogía de Millennium, sólo tres de las diez entregas que tenía planeadas Stieg Larsson. A diferencia de las otras dos obras anteriores, aún no he comenzado a leer la recién publicada; quiero hacerlo cuando cuente con el tiempo suficiente, lentamente, disfrutando cada renglón, sin ansiedad, porque sé que cuando alcance el temido punto y final una desconcertante sensación me invadirá. Aún teniendo claro que Lisbeth y Kalle siempre formarán parte de mi imaginario, de ese teatro que levanta el telón cada vez que cierro los ojos.
El Día de Córdoba
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