Recuerdo perfectamente cuando Roberto Bolaño ganó el premio Herralde con Los detectives salvajes. Año 1998. Una obra deslumbrante, ambiciosa, que planteaba una red de historias que el autor iba tejiendo, con la paciencia y la precisión de una araña, hasta conformar un universo literario tan personal como alucinante. Sin embargo, la novela de Bolaño apenas encontró el respaldo de ese ente abstracto que conocemos como el gran público. Los detectives salvajes, casi un año después de su llegada a las librerías, no había agotado su primera edición, y en los mentideros literarios se llegó a calificar como el gran fiasco del momento. Años más tarde, fallecido ya Bolaño, tanto Los detectives salvajes como la inconclusa y extensísima 2666 se han convertido en grandes acontecimientos editoriales en los Estados Unidos. Una eclosión que ya muchos comparan a la que en su día se experimentó con la obra del colombiano Gabriel García Márquez. La escritora Susan Sontag, en primer lugar, y la mega estrella de la televisión Oprah Winfrey, posteriormente, son responsables del conocimiento y auge de Roberto Bolaño en los Estados Unidos. Quien se haya dejado seducir por la obra de este narrador y poeta, tal vez no entienda bien este boom actual. Tampoco es comprensible el silencio que se produjo en 1998, tras la publicación de Los detectives salvajes. La literatura de Bolaño es exigente, no es lo que podríamos calificar como best seller; no es cómoda para un lector poco avezado.
Sigamos. Trato de diseccionar la personalidad de los que me rodean gracias a los libros que leen, las películas que ven, la música que escuchan, el equipo de fútbol preferido o su manera de conducir. Un entretenimiento como otro cualquiera. Con las manos al volante, en los momentos de mayor tensión, somos incapaces de esconder a nuestro ser más primario. Somos más nosotros. El resto de las aficiones citadas parten de la reflexión, y son una elección. La conducción también debería partir de la reflexión, y les puedo asegurar que las trágicas cifras disminuirían considerablemente. José Antonio Griñán será esta próxima semana el cuarto presidente de la Junta de Andalucía. Sin detenerme en cuestiones políticas o coyunturas económicas, a través de mi particular disección de las personalidades apoyándome en las aficiones de cada cual, he de confesar que estoy gratamente sorprendido. Lo explico. Un estudio publicado recientemente nos indicaba que Andalucía ya es una región europea más, no sufre los desajustes de antaño, ha dejado de ser la hermanita pobre con las manos machadas de cal y sangre. No es el paraíso, no, tenemos los problemas que puede tener cualquier otro país o comunidad, lo que no deja de ser una buena noticia, aunque cueste entenderlo. Continúo. Griñán es un gran aficionado a la ópera, el difunto Alfredo Kraus es uno de sus intérpretes favoritos, lo que me habla de un hombre con sensibilidad. Griñán es un amante de la Literatura, más de diez mil libros invaden buena parte de los espacios de su casa; devora la obra de Bolaño, lo que me habla de un lector curtido, de un lector exigente, que no se frena ante la complejidad de una novela y que no se conforma con cualquier texto. Griñán es un forofo seguidor del Atlético de Madrid. Esto, desde mi madridismo confeso, no me vuelve loco, pero desde mi particular análisis, me habla de un hombre de firmes convicciones, resistente ante las adversidades, con una gran paciencia y acostumbrado a situaciones más que complicadas –créanme que es así, y cualquier seguidor del Atlético sabe que no exagero-. Si alguno vez me encuentro con Griñán a la salida de un cine o lo veo conducir ampliaré mi conocimiento al respecto, espero que no sea intercambiando los datos de nuestras compañías aseguradoras. Remato. Dentro de la normalidad que ha adquirido Andalucía, me parece sano, gratificante y absolutamente lógico que nuestro máximo representante político no vaya proclamando a los cuatro vientos que es un fanático de la poesía de Lorca o de Juan Ramón Jiménez, que le encanta ver el atardecer en las marismas mientras escucha a Camarón de la Isla o que canta los goles del Córdoba, del Betis o del Almería. Ya no es necesario seguir reivindicándonos, desde lo local, por encima de todo como si la vida nos fuera en ello. La concepción de Andalucía circula por nuestra sangre sin necesidad de exhibirla como una bandera que enarbolamos ante nuestros antiguos miedos y complejos. Ese tiempo ya pasó. Y retomemos a Bolaño en la despedida, que sólo comenzó a ser el Bolaño que todos conocemos lejos de su tierra de nacimiento, después de años de paciencia y adversidades, y gracias a que algunos tuvieron a bien mostrarnos su talento. El paralelismo con el nuevo Presidente de la Junta de Andalucía es evidente; deseemos todos los andaluces que su obra esté a la altura de la del genial escritor chileno.
El Día de Córdoba
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