Tras la semana de duelo, dos grandes alegrías. Por un lado la calificación como Universal de un Arte que ya era sobradamente Universal: el Flamenco. Lo certificaron en Nairobi, no pudieron escoger un escenario más peculiar para un acto de justicia largamente demandado. Las voces de Camarón, Mairena, Agujetas, Carmen Linares, Morente o Fosforito ya están incluidas en el catálogo de un bien inmaterial que forma parte de la millonaria sociedad planetaria. No creo que el Flamenco sea sólo un bien, es Historia, esencia, es nuestro ADN, y tampoco considero que sea inmaterial. Es tangible, concreto, te pellizca, te afecta, te seduce, te envuelve, sientes su fuerza, su latido, es una forma de ser, de respirar. Hay quien considera que el Flamenco, el puro, el jondo, es un bocado que sólo saborean unos cuantos elegidos, los entendidos, y no puedo estar en más desacuerdo. El Arte, en cualquiera de sus manifestaciones y expresiones, de la Literatura a la Pintura, no requiere de explicaciones, no traza fronteras, te conmueve, simplemente. Y a cada uno de nosotros se conmueve por motivos muy diferentes. Apenas distingo sus palos, sus toques, y, sin embargo, a pesar de mi manifiesta ignorancia, el Flamenco me acaricia y sacude, me atrapa en su magia desgarrada.
Para rematar, más poesía, la nueva proeza de mi admirado y querido Joaquín. Durante muchos años, Las Ollerías –otrora Obispo Pérez Muñoz- fue un espacio incierto para la Córdoba de las casas de vecinos y las fachadas encaladas. Las Ollerías, como la Avenida Barcelona o como Ciudad Jardín, era esa nueva Córdoba inesperada e inquietante, esa otra nueva ciudad que crecía en los márgenes de la vieja ciudad. Las Ollerías es el título del poemario con el que Joaquín Pérez Azaústre ha ganado el Premio Loewe de Poesía, uno de los galardones más emblemáticos y prestigiosos de cuantos existen en lengua española. A mí, sinceramente, no me ha sorprendido. De Joaquín espero esto y más, y nos dará más alegrías, muchas más, seguro, porque es una voz en permanente evolución, y porque es un autor con una vocación y un talento incuestionables. Las Ollerías, como el propio Joaquín, son magníficas metáforas de la Córdoba actual, esa ciudad que ha cambiado considerablemente en los últimos años y que se proyecta hacia el futuro con la conciencia, ya sí, de poder y querer alcanzar los objetivos. Joaquín, Berlanga, Ory y el Flamenco, nombres propios de estos tiempos trepidantes. Nombres que nos señalan lo que hemos sido y somos, y, sobre todo, lo que seremos.
El Día de Córdoba